
YO TURISTA, TÚ EXTRANJERX
Aburrida ya de mirar las nubes desde esta ventana diminuta, abro el periódico que la azafata me había dejado amablemente un rato antes. El medio es tunecino pero los artículos están escritos en francés. Pese a lo colonial, al menos en francés puedo entender algunas frases y entretenerme durante el viaje. Una gráfica sobre los datos de turismo llama especialmente mi atención. La gráfica pertenece a un artículo que celebra con entusiasmo la subida del turismo en Túnez a lo largo de 2018. Concretamente este último verano las playas y los hoteles de la costa mediterránea tunecina han alcanzado cifras previas a 2015, aquel año en el que dos atentados terroristas, uno en el Museo del Bardo (Túnez) y otro en un complejo hotelero de Port Kantaoui (Susa), atemorizaron al turismo, especialmente al turismo europeo, que solía visitar el país. Que este periódico celebre el repunte del turismo no es algo excepcional, mucha de la población tunecina ha sentido la recuperación del sector como un logro, una buena noticia tras años de abandono turístico. Y económicamente, en efecto, lo es. El turismo es para la economía tunecina una de las entradas de dinero más relevantes y esperanzadora en un contexto post-revolución donde desde 2011 los sucesivos partidos en el gobierno han ido alimentando un proceso de empobrecimiento de la población (especialmente de la población más joven y de las comunidades rurales del interior del país).
Túnez, según los datos de aquel artículo en el que no pude evitar focalizar mi atención durante un largo rato, recibe sobre todo turistas de origen europeo. Y da la casualidad de que recibe turistas procedentes en su mayoría de Francia, Alemania e Italia, exactamente los tres países elegidos como destinos principales de las personas migrantes que salen desde Túnez hacia Europa. Los trayectos de origen-destino son justo los contrarios: desde Europa hacia Túnez, desde Túnez hacia Europa; de la misma manera que las realidades vividas son diametralmente opuestas.

La costa mediterránea de Túnez que visitamos los y las europeas está repleta de hoteles y macro hoteles que copan esas playas cristalinas con hamacas, sombrillas y camareros 24/7 al servicio de la clientela. Algunos macro hoteles cuentan incluso con terrenos de playas privatizadas. Playas valladas de uso exclusivo para quienes pagan sus habitaciones. Estos macro hoteles cuentan con una oferta de diferentes actividades y espacios (playa, spa, gimnasio, parques acuáticos, etc.) tan abrumadora que muchas de las personas que allí se alojan apenas pisan las calles y plazas de las ciudades donde se ubican. Se trata de un turismo, pues, de hotel-sol-playa. Un turismo profundamente cómodo para esa persona europea que aterriza en Túnez aún asustada por el discurso islamófobo que tantas veces le han repetido en su país de origen. Un turismo tan pensado para un perfil europeo que este verano las redes sociales tunecinas estallaron con la noticia viral de muchos de estos hoteles ofertando sus habitaciones y anunciando que no estaba permitido el uso del mal llamado burkini en sus instalaciones.
La entrada al país, al igual que la estancia, es un trámite sencillísimo para la población europea. Simplemente con la entrega de nuestro pasaporte granate se nos permite deambular por el país, si queremos, hasta durante 3 meses. Además, el o la turista, vista como fuente de ingresos económicos, siempre será bien recibida.
Pero la realidad de los desplazamientos en el sentido contrario no tiene nada que ver. La entrada de las personas tunecinas en Europa es de todo menos sencilla. Conseguir un visado, aunque sea de 15 días de duración, es un trámite especialmente complicado y bastante caro. Además, lamentablemente una persona magrebí no siempre será bien recibida en esta unión de países ricos que llamamos Europa. Y, por supuesto, parece inimaginable pensar en un macro hotel al otro lado del Mediterráneo que busque promocionarse como “hotel burkini friendly” . Es más, ya sabemos cómo infinitas veces en Europa nos hemos sentido con la legitimidad de decidir en qué espacios pueden o no pueden participar las mujeres musulmanas, ya sean playas, piscinas, colegios o autobuses.
Las realidades de las personas que nos movemos desde un punto hacia otro de estos dos lados del Mediterráneo son prácticamente mundos dispares que dependen de quiénes somos, de dónde venimos y adónde nos dirigimos. Sin embargo, resulta paradójico el hecho de que paralelamente al aumento de personas emigrantes tunecinas se ha dado también un aumento de entradas de turistas en el país. Los aviones dirección Aeropuerto de Tunis-Carthage se van llenando, a la vez que cada año parten más embarcaciones irregulares con el objetivo de llegar a Italia, pues la opción de emprender una emigración legal solo existe para unas pocas personas. Mientras en nuestras cuentas de Instagram vamos colgando fotos preciosas con un fondo de agua cristalina, las condiciones en las que salen las embarcaciones desde las playas de la ciudad tunecina de Sfax generan cada año más y más naufragios en este mar que nos separa. Mientras que periódicamente Lampedusa se desborda intentando acoger a aquellas personas que llegan más que precariamente a sus playas, a quienes llegamos a Túnez (aunque sea de vacaciones) nos esperan decenas de taxis a las puertas del aeropuerto dispuestos a llevarnos allá donde queramos.
La población migrante que sale en busca de oportunidades laborales estables en Europa es la población más joven del país. Es precisamente esa juventud que tomó el papel protagonista durante la lucha que tumbó el régimen de Ben Ali en 2011. Es esa juventud la que actualmente se siente tremendamente decepcionada con la situación política y social del país. Esa juventud que ve que aquellas proclamas, todas las demandas sociales que se exigían en las calles han sido ignoradas por los partidos que gobiernan, tanto estatal como municipalmente. Una juventud con unas tasas de desempleo desesperantes que desde 2011 comenzaron a crecer y no han cesado, y que mientras exista, la migración (legal o ilegal) seguirá existiendo también.
Con este choque de realidades rondando en mi cabeza cierro el periódico. No quiero seguir viendo cómo los análisis financieros alaban este auge del turismo de 2018 y apenas hablan del aumento de naufragios y de muertes de personas que viajaban precariamente hacia Italia. Y mientras voy viendo cómo nos acercamos al Aeropuerto de Barajas recuerdo cómo mi amiga Amal me comentaba lo frustrada que estaba al verse paralizada laboralmente y sin saber cuándo los estudios que ha cursado le servirán para trabajar en lo que a ella le motiva. Aterrizamos y recojo mis cosas para salir de aquel avión. Me paseo por el aeropuerto hasta llegar al control de fronteras donde me veo mostrando mi pasaporte a un simple scanner…¡a un robot!. Al mirar a mi derecha veo la fila infinita de pasaportes no comunitarios, llena de tunecinas y tunecinos de quienes se desconfiará y se revisará milimétricamente cada uno de sus permisos de entrada.