
SI NACEMOS IGUALES, ¿POR QUÉ NO SE NOS APLICA LA MISMA JUSTICIA?
Hoy, Día de los Derechos Humanos, al repasar los treinta artículos de la Declaración Universal de los Derechos Humanos nos damos cuenta de que en multitud de ocasiones se han convertido en un texto vacío de contenido. Sobre estos enunciados se sigue imponiendo una realidad racista basada en la inacción de los diferentes gobiernos o en la ausencia de políticas de Estado para el reconocimiento y trato igualitario de las personas, lo que se traduce en el incumplimiento material de estos artículos.
En el artículo 1 de la DUDH, se establece que: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros.”. Así, todo ser humano debería tener las mismas posibilidades dentro de un país y contaría con el acompañamiento fraternal por parte de la ciudadanía. Si esta afirmación resulta utópica, es porque hemos normalizado que lo que está mal hecho, es lo cierto, pero no debería ser así; como una vez dijo Nelson Mandela, “ser libre no es solamente desamarrarse las propias cadenas, sino vivir en una forma que respete y mejore la libertad de los demás”.
Por ejemplo, partiendo de que todos los seres humanos nacemos libres e iguales en dignidad y derechos, todas las personas deberían poder ser admitidas en igualdad de condiciones ante la necesidad de protección internacional en cualquier Estado. Si, por el contrario, un Estado responde con prioridad a ciertas solicitudes de asilo y a otras no, o toma medidas para ciertos grupos minoritarios y para otros no, estamos frente a un incumplimiento flagrante de la norma que cuestiona la mera humanidad de las personas afectadas.
Este año la guerra desatada en territorio ucraniano ha dejado ver una costura abierta desde hace mucho tiempo: el hecho de que las solicitudes de protección internacional son tomadas y trabajadas en territorio europeo según el lugar de procedencia y el interés político del momento. Ha quedado clara la rápida capacidad de reacción por parte de las autoridades para acoger a las personas desplazas y exiliadas por este conflicto, pero también la lentitud para tramitar las solicitudes de asilo de personas procedentes de África, Oriente Medio o Latinoamérica, con conflictos también en curso, hambrunas o desastres naturales, y que llevan años esperando una cita, una ayuda, una respuesta.
Normalizar esta situación deja fuera a miles de personas solicitantes de asilo y genera una cadena simultánea de vulneraciones de derechos humanos, que se traducen en la trata de personas, las torturas, los malos tratos, la explotación sexual y laboral o, en algunos casos, la esclavitud. A esto se ven expuestas todas aquellas que, en el camino, buscando llegar a un lugar seguro, son extorsionadas e instrumentalizadas. De este modo, estas situaciones que se generan incumplen, entre otros, el artículo 4, donde se establece que “Nadie estará sometido a esclavitud ni a servidumbre, la esclavitud y la trata de esclavos están prohibidas en todas sus formas.”, el artículo 5, que estipula que “Nadie será sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos o degradantes.” O el artículo 14.1., que expresa con claridad que “En caso de persecución, toda persona tiene derecho a buscar asilo, y a disfrutar de él, en cualquier país.”
No podemos quedarnos en el discurso que se ha tratado de instalar en los últimos meses: admitir con prioridad las solicitudes de protección internacional de las personas ucranianas es lo suyo, porque la guerra está en pleno corazón de Europa. La comunidad internacional y los Estados deben garantizar los derechos humanos de todas las personas con independencia de su origen y de que hayan sido racializadas o no. Priorizar a unos seres humanos sobre otros supone vulnerar la propia esencia de los derechos humanos.