
LAS VIDAS QUE IMPORTAN
UN ANÁLISIS DE LA CRISIS MIGRATORIA UTILIZANDO LA PERSPECTIVA DE JUDITH BUTLER
Este artículo es fruto de una de estas conexiones repentinas que poco a poco se van desarrollando dentro de nuestras cabezas, es un ejemplo de cuando la teoría y la práctica conectan y se explican la una a la otra. Es por estas conexiones por las que merece la pena
reflexionar e investigar. Así, una simple conexión de ideas en nuestra cabeza, fruto del análisis y de la curiosidad, produce que las personas no asuman lo establecido como lo correcto y luchen por cambiar nuestra actualidad.
Judith Butler es una filósofa estadounidense situada en la corriente postestructuralista cuyos temas de investigación versan sobre el feminismo, la teoría queer y la política. Es destacable de esta autora su concepción del cuerpo, definido por lo social y en constante identificación, aspectos que serán tratados más adelante. Justo fue analizando su libro Vida precaria. El poder del duelo y la violencia (2004) cuando la siguiente “conexión” se me vino a la cabeza: siguiendo el pensamiento de Butler, la vulnerabilidad otorgada a los migrantes y la otredad que se les asigna con respecto a “nosotros”, nos permite ver, vivir y conocer una realidad alarmante como es la crisis migratoria actual sin que esta cause una crisis de conciencia y valores mundial. No pretendo, y no creo que tampoco sea deseable, que la explicación de Butler sea la única posible para comprender la situación del migrante en los países occidentales; como he dicho anteriormente, en la reflexión se encuentra la mejora.
Lo primero que hay que tener en cuenta para entender a Butler es que el cuerpo tiene una dimensión invariablemente pública. Esto quiere decir que yo seré lo que los demás identifiquen en mí, en el sentido que mi cuerpo es definido por los demás y en comparación con los demás. La pregunta que hay que hacer en este caso es ¿quién define los cuerpos? Según Butler, los que definen el cuerpo son los que pueden despegarse del significado de este; son para los que su cuerpo y el cómo son vistos por los demás no determinan sus actos, sus posibilidades o incluso sus derechos. Por tanto, en la sociedad actual el que define el cuerpo es el hombre blanco occidental. Así, los migrantes, y otros colectivos que no encajen en el modelo “hombre blanco”, no podrán separarse de la significación colectiva que se les otorga. Por ejemplo, un migrante racializado no podrá “escapar” de los “prejuicios” puestos en él, no podrá separarse de la idea de migrante, pues es así como su corporalidad es definida por los demás. A su vez, los demás se definen en contraposición al migrante; yo soy español porque no soy marroquí, yo soy blanco porque no soy negro, yo soy hombre porque no soy mujer… Esto quiere decir que yo soy “yo” como individuo debido a que me reconozco o me “desreconozco” en los otros. Habrá un momento en el que la negación cuando llevamos a cabo la comparación con el otro nos constituya como sujetos.
Otro punto interesante de la autora y relacionado con lo anterior es la “geopolítica de la vulnerabilidad”. Este complejo concepto, de manera resumida, viene a decir que en la estructura social hay cuerpos que importan más que otros. Esto se traduce en que hay vidas que merecen ser protegidas y lloradas por la sociedad y otras que no. La consideración de la importancia de ciertos sujetos es un acto totalmente político y define la estructura de cualquier sociedad. La jerarquía de los cuerpos también influye en la violencia que se ejerce o no contra estos. Habiéndonos planteado esto, es necesario, como dice la autora, “evaluar y oponer las condiciones bajo las cuales ciertas vidas humanas son más vulnerables que otras, y ciertas muertes más dolorosas que otras”. Es tras leer estas palabras cuando encaja la figura del migrante y el panorama de la crisis migratoria en toda esta hipótesis.
Si seguimos el planteamiento expuesto, el migrante no es una persona a la que sea necesario proteger, puesto que el migrante es “el otro”. Así, los mecanismos que ejercen violencia (ya sea simbólica, física o cultural) sobre el migrante se legitiman, ya que sus cuerpos no “valen” lo mismo que los nuestros. Butler dirá: “desde el punto de vista de la violencia no hay ningún daño o negación posibles desde el momento en que se trata de vidas ya negadas. […] Son vidas para las que no cabe ningún tipo de duelo porque ya estaban perdidas para siempre o porque más bien nunca “fueron”. Por tanto, los migrantes se dibujan como sujetos irreales, sujetos cuya desgracia o cuya muerte no merecen ser lloradas, ya que sus vidas nunca fueron iguales que las nuestras.
Un ejemplo de esta jerarquía de las vidas puede ser la declaración de un día nacional de luto debido a la muerte de un personaje público en cualquier país europeo, mientras que miles de vidas se ahogan en el Mediterráneo sin ninguna reacción aparente. Otro ejemplo de ello es que Europa siga reforzando las medidas para impedir que lleguen migrantes a nuestro territorio, en vez de reforzar los mecanismos y los medios a su alcance para asegurar sus vidas y cerciorarse del cumplimiento de sus derechos. La vulneración de los derechos humanos del migrante (que son los derechos de cualquier persona) no se viven en occidente como la vulneración de nuestros derechos. Es necesario recordar que esta estructura social basada en la jerarquía de ciertas vidas sobre otras no solo aplica a los migrantes, sino a cualquier colectivo que se diferencie de la norma, del “cuerpo neutro”, es decir cualquier colectivo que pueda enfrentar una discriminación simplemente por el hecho de existir (las mujeres, las personas queer, las personas racializadas…).
La solución, desde el punto de vista teórico, recae en la construcción de una vulnerabilidad común a todos los seres humanos, en reconocer la necesidad de proteger la vida del migrante igual que la vida del español, en no ver a los ahogados en el Mediterráneo como números sino como nombres; en palabras de Butler, es necesario construir una vulnerabilidad corporal “común”.
Este discurso que perpetúa la importancia de ciertas vidas sobre otras no tiene que ser necesariamente un interés concreto de un grupo de personas, o puede que sí; pero en todo caso preguntarse esto no es el planteamiento más importante para detenerlo. Utilizando de nuevo las palabras de la autora, es necesario “interrogarnos sobre las condiciones bajo las cuales se establece y se mantiene la vida que vale la pena, y a través de qué lógica de exclusión y de qué prácticas de borramiento y nominación”. Es decir, qué condiciones sociales nos hacen valorar más ciertas vidas y qué mecanismos operan para que esto suceda. Identificando estas cuestiones estaremos en el comienzo del camino hacia la construcción de una vulnerabilidad común, donde la vida del migrante sea nuestra vida y donde sus derechos sean también los nuestros.