
LA GUERRA DE LOS BALCANES. UN ENFOQUE BASADO EN LA INTERCULTURALIDAD Y LAS MINORÍAS ÉTNICAS
Al hilo del 30º aniversario del estallido de la Guerra de los Balcanes, son muchas y diferentes las reflexiones que podemos realizar.
Con un prisma más global y abierto que el predominante en la Europa de los 90, el concepto de interculturalidad sigue abriendo viejas heridas del pasado. Según datos de Naciones Unidas, en Bosnia y Herzegovina, 26 años después de que se haya terminado la guerra de Bosnia, el país aún debe gestionar la interculturalidad entre las distintas minorías que conviven. Entre su población, de 3,8 millones de personas, hay un 50% de bosnios, un 31% de serbios, un 15% de croatas, según datos de la CIA, y alrededor de 50.000 (1,3%) son de etnia gitana. Lo que nos lleva a preguntarnos: ¿podría volver a suceder otro episodio sangriento con motivo de las diferencias culturales?
La región de los Balcanes ha tenido que enfrentarse a episodios tan sangrientos como determinantes. Los efectos de la división de la antigua Yugoslavia siguen hoy en día presentes. Un historiador alemán especializado en la Guerra de los Balcanes pone de manifiesto una de las consecuencias que a nivel geopolítico nos resultan más interesantes. Citamos textualmente: “Yugoslavia se podría haber convertido en una especie de “pequeña Unión Europea”. Sin embargo, fracasó el intento de coordinar un gran número de Estados bajo un mismo techo (…). Yugoslavia en realidad sufrió una implosión aunque tratemos durante 50 años más de asegurar que fue destruida desde el exterior (…). Yugoslavia fue desmantelada, destrozada y saqueada por su propia clase política. Mientras no reconozcamos esto, no va a haber progreso en el territorio de la antigua Yugoslavia.”
Entonces, queda claro que todavía nos cuesta asimilar que Yugoslavia se autodestruyó. Quizá nuestro paradigma occidental basado en la idea del Estado como “héroe salvador del pueblo” que tan implícitamente nos “cuela” la presunción de Westfalia, nos impide ver el origen de este conflicto, al igual que de muchos otros. La interculturalidad, al fin y al cabo, es otra construcción social que pretende evidenciar que las culturas deben interaccionar equitativamente a través del diálogo y del respeto mutuo. Sin embargo, esos mismos que la nombran continuamente en sus discursos y abogan por su puesta en marcha son los que muchas veces más trabas le ponen. Yugoslavia, tan rica en diversidad cultural como en identidades étnicas, masacró a lo diferente. A lo minoritario. A lo que no quería representar. Por ello, nuestra reflexión es que sí. Sí podría volver a suceder otro episodio sangriento con motivo de las diferencias culturales. Si la interculturalidad aparte de un eslogan bonito de campaña política no pasa a ser realidad concreta, lamentablemente, cualquier cosa podría pasar.
En relación a la interculturalidad, debemos mencionar el término de minoría. A pesar de lo que esta palabra pudiera suscitar, una minoría no siempre se posiciona como aquella comunidad con menor proporción en un país; en muchas ocasiones, por el contrario, aunque son numéricamente superiores a la comunidad mayoritaria, no son las que se sitúan en una posición de poder. De esta relación desigual surgen las problemáticas que hemos observado a lo largo de la historia: el enemigo es deshumanizado y considerado inferior. De esta deshumanización surgen los acontecimientos crueles, la ignorante sensación de encontrarte con otro cuando te encuentras delante de ti mismo en otra comunidad y toda una escalada de violencia, el genocidio y la masacre ante el que consideramos enemigo.
Europa ha conocido los problemas que acarrea la tensión debida a la falta de interculturalidad y la creación social de minorías sin poder. Por ello, son aquellos que se encuentran en situaciones dominantes quienes deben hacer frente a las posibles consecuencias. Son los líderes políticos nacionales de aquellos países que deben hacer frente a las tensiones entre culturas y los líderes políticos europeos quienes tienen la responsabilidad de evitar que vuelva a desencadenarse un conflicto.
Para ello, las respuestas que se deben tener por parte de todos los países son dos: responsabilidad y memoria histórica. La asunción de responsabilidades se ha podido observar a través de los procesos judiciales de los autores de los crímenes, pero con esto no basta; el respeto a las víctimas se muestra en actos más profundos o simbólicos y la separación entre culturas es una muestra de la ausencia de este respeto.
Además, no existe un nuevo comienzo sin memoria histórica. Lejos de reabrir las heridas del futuro, la memoria es útil para aquellos que ignoran las catastróficas consecuencias de la otredad, la diferencia y la discriminación. La pesadilla que se vivió en los Balcanes hace casi treinta años fue fruto del nacionalismo y de políticos que decidieron usar viejas rencillas del pasado para aumentar su poder. Frente a estas actuaciones, los pueblos de los Balcanes no pueden sino recordar todo el horror que vivieron en conjunto, aunque separados.
El futuro se nos hace bola muchas veces. Fuente de miedo, angustia y ansiedad; de esa construcción se retroalimenta el neoliberalismo que nos encuentra débiles y se cubre las espaldas de la gente que quiera luchar por la transformación. Pero también es cierto que el futuro puede y debe ser más que todo lo anterior. Ello depende de las decisiones que tomemos colectivamente y eso también hemos de aprender a hacerlo juntas, sin buscar la verdad absoluta, sino construyendo desde el encuentro de los diferentes relatos de la historia vivida en los Balcanes.
Es bueno creer que el futuro depende de nosotras, las personas; que no necesariamente tiene que ser peor (a pesar de la crisis ecológica y social); y que cada mente y corazón que lean esto, portan los sueños y la capacidad de crear un mundo mejor. Incluso cuando parece que la imaginación y la creatividad revolucionarias se encuentran agotadas bajo el paraguas del pensamiento único, y el ‘es lo que hay’, hay muchas cabezas para pensar en otros mundos posibles y muchas manos amigas para construirlos.