
¿CUÁNDO ES MI HISPANIDAD?
Pensar y reflexionar sobre el Día de la Hispanidad, desde mis raíces y como latinoamericano, me genera varias reacciones, entre ellas ¿qué y cómo lo debo celebrar? ¿Cómo me atraviesa? Si soy latinoamericano y mis raíces un -hermoso- mestizaje, propio de mi gente y de esa mezcla con nuestros “descubridores” de aquel entonces, ¿o debería llamarles basado en hechos reales e históricos “saqueadores”? ¿Debo honrar o aborrecer?
Escribir sobre esto me lleva, como a muchos, a un lugar donde puedo percibirme incómodo, pero a la vez justo, para no decir placentero, tan difuso, como que me siento con todo el derecho desde mi lugar como latinoamericano, pero sin permiso por no ser nacido y de origen español.
Pero no contarlo tal cual fue, no decirlo, no explicar que ya habitábamos aquellas tierras y que no fuimos descubiertos por nada ni nadie, salvo que hubo un encuentro de dos culturas, para aquel entonces severamente distintas y que ello derivó en un gran tormento para nuestros pueblos indígenas, es desproporcionado atendiendo a los propios hechos; donde hubo violaciones sistemáticas y en masa sobre aquellas, nuestras mujeres indias, y saqueos a granel de muchos de nuestros recursos; con la esclavización de aquellos, nuestros hombres indios adolescentes y adultos, con un fondo estructural: una evangelización forzada.
Desde mi lugar y perspectiva, no escribo estas líneas con la necesidad o la sed de “venganza” y de señalar como personas malvadas a quienes hoy hacen vida, como yo, en la que siempre escuché decir “La Madre Patria”, la España de “todas y todos”, según algunos políticos de turno, pero sí escribo, con el interés del debate y de decir las cosas un poco más claras, para que aquella parte de la historia no vuelva ni siquiera a parecerse, ni mucho menos, y, válgame Dios, a repetirse.
No contarlo tal y como fue se convierte, de alguna manera, en aseverar que el presente perdona y redime a aquellos actos nefastos que ni siquiera fueron sancionados como se debe hacer con todo delito, como bien lo expresaba la profesora de literatura española y latinoamericana, Ana Luengo, en una de sus reflexiones al respecto: “Decir que el presente más o menos feliz disculpa cualquier hecho delictivo, criminal, injusto del pasado, crea un paradigma muy espinoso, porque nos conduce irremediablemente, ante un marco de no-justicia en que impere la impunidad”. Como ejemplo de ello, recientemente se vieron las celebraciones con un gran número de muestras e interpretaciones de nuestra cultura latinoamericana, que se plasmaron en calles, bibliotecas, recintos, sin un ápice de responsabilidad sobre aquellas personas de entonces, encargadas del “descubrimiento” y sin duda, responsables de lo que hoy cuenta la historia. No hablo de ahora generar odio y confrontaciones, pero sí de un reconocimiento digno y un perdón, que parece que tardará años en llegar, si es que algún día llega.
Entre mis líneas leídas de historia y reflexión, hubo un dato que no me pasó desapercibido: el hecho confirmado de que, en el siglo XV, unos 60 millones de personas indígenas hacían vida en el continente americano y que, un siglo y medio después, solo quedaban 3 millones y, estos, en una situación de precariedad e indigencia que se mantiene en nuestros días. Algo que, si bien llegó con ese choque de dos mundos, como muchos le llaman, hoy sigue siendo el pan de cada día de nuestros pueblos indígenas a lo largo y ancho de la gran América Latina. Algo que, para ser honesto, ya no ataño a lo que vengo contando, sino a nosotras y nosotros, que hemos sido incapaces de cambiar esa realidad sobre nuestros indígenas, pareciera que no nos interesa en lo más mínimo. Ahora que lo expreso, tal vez allí pueden empezar la reflexión y el resarcimiento que muchos están buscando.
También me pregunto qué pasa con las personas de ahora, de este tiempo, a las que, sin dudarlo, asumo y defiendo que no son ni serán responsables de aquella parte de la historia por más locales que sean, pero a quienes sí invito a un reconocimiento del hecho como una forma de enmienda, un pedido que se lee fácil, pero que se hace difícil. Aquí el eje del asunto debe venir y organizarse responsablemente también desde el Estado y he allí el problema.
Otro detalle no menor y, a decir verdad, al menos para mí, el principal relevante, es que la celebración del Día de la Hispanidad, se haga justo los días 12 de octubre de cada año y no en otra fecha; es un poco, por no decir bastante, desafiante, porque cada país celebra su propio reconocimiento, su idiosincrasia, pero no basada en la historia de otras, de otros, y menos cuando hay tanta tela para cortar de por medio.
Para celebrar la diferencia étnica y cultural a modo de orgullo y ser dentro de esa misma diversidad una sola, en la práctica, los beneficios de esa hispanidad celebrada, deben llegar en condiciones iguales y cuantificables a todas las personas latinoamericanas. Será entonces un reconocimiento digno, justo y necesario desde el Estado español, será entonces más que una fiesta y una foto para el retrato oficial.