
"NO PUEDO MÁS", NIÑOS QUE VIVEN EN LA CALLE
“Mohammed es un muy buen chico, siempre sonriente y educado, no se mete en problemas”. Así es como desde policías hasta educadores de calle o camareros conocen a Mohammed en Melilla. Pero la realidad tras más de un año viviendo en las calles de Melilla en busca de una vida mejor, es otra. “Estoy muy cansado, ya no puedo hacer risky –colarse como polizón en un barco hacia la península- todos los días como antes; todos los días buscar la vida un poquito y risky, y dormir en la calle, sin ropa ni comida, y mañana otra vez lo mismo, no puedo más”.
Mohammed –nombre falso creado para proteger su identidad- tiene ya 19 años, aunque llegó a Melilla siendo menor. “Como menor es más fácil, ahora tengo que tener cuidado con la policía para que no me cojan y me devuelvan a Marruecos”. Este es el día a día de los conocidos despectivamente en la Ciudad Autónoma como MENAs, Menores Extranjeros No Acompañados. Se trata de menores marroquíes principalmente, que entran en Melilla de manera irregular, ya sea colándose por los pasos fronterizos, a nado o escondidos en los coches que cruzan la frontera; y que, según la Ley Orgánica 4/2000 sobre los Derechos y Libertades de los extranjeros en España, junto con la ratificación de España en el Convención de los Derechos del Niño de 1989, la Administración Pública tiene que proteger por estar en territorio español y, por consiguiente, europeo.

“La gran mayoría de estos menores, que se ven por la calle, no se esconden; están fichados e identificados por la Policía Nacional”, asegura desde el Sindicato Unificado de Policía (SUP), Jesús Ruiz, mientras señala detrás de mí a un conocido niño de la calle de menos de 15 años pidiendo algo para comer en la terraza de un bar. Lo cierto es que según la ley antes citada, las fuerzas y cuerpos del Estado tienen que identificar y notificar tanto al Ministerio Fiscal como a la Administración y a los servicios competentes de protección de menores de la ciudad cada menor extranjero que está en situación de calle. Esto significa que se crea una ficha en la policía con la huella dactilar, una fotografía y la información que el menor haya declarado sobre su identidad y situación.
Mohammed nunca ha hecho ninguna ficha. Y esto no significa que la policía no le conozca, no le pregunte si tiene documentación o que no se le vea por las calles. Todo lo contrario. Melilla le conoce tanto que ya forma parte de la ciudad. Mohammed está en un vacío legal en el que, teóricamente a ojos de la Administración de la Ciudad Autónoma de Melilla, no existe.
Esto se traduce en que Mohammed lleva una vida rutinaria dentro de la anormalidad de los menores y jóvenes en situación de calle en Melilla. Dormir en una chabola en alguna de las cuevas que no han sido tapadas por la policía o entre cartones en algún lugar resguardado de la ciudad. Buscar la vida durante la mañana aparcando coches en el Rastro, el conocido como barrio musulmán de la ciudad y por la tarde limpiando coches en Plaza España, justo en frente del Ayuntamiento y vistiendo un chaleco reflectante de la propia Ciudad Autónoma. Según el Reglamento de Circulación publicado en la página web de la Ciudad Autónoma de Melilla, se dice que “se prohíbe lavar o reparar vehículos en las vías objeto de esta Ordenanza”. “Lo de limpiar los coches está prohibido, pero entró el Defensor del Pueblo y se pidió que se mirara para otro lado. Pidió que se autorizara desde el CETI para que [los inmigrantes] trabajasen y ganasen unas monedas, ya que si viven aquí tantos años, tienen que ganarse algo”, comenta José Palazón, fundador de la Asociación Pro Derecho de los Niños PRODEIN. Así es, esta es la forma que tienen los chicos de sacarse así unos euros –entre 50 céntimos y 1,50€ se saca limpiando un coche- para comprar unos cigarrillos, que no cajetilla entera –en Melilla se venden cigarros sueltos por 20 céntimos- y algo para comer.
“Los Estados Partes reconocen el derecho del niño a estar protegido contra la explotación económica y contra el desempeño de cualquier trabajo que pueda ser peligroso o entorpecer su educación, o que sea nocivo para su salud o para su desarrollo físico, mental, espiritual, moral o social”, dice el artículo 32 de la Convención de Derechos del Niño que España ratificó el 6 de diciembre de 1990.
Pasar tantas horas en la calle favorece la aparición de situaciones problemáticas. “Estaba limpiando un coche en Plaza España y un hombre me llama desde el coche de al lado. ´Te doy 50€ si tienes sexo conmigo ahora`. ´Tira para allá`, dije yo, no voy a tener sexo con ningún hombre”. El abuso y las relaciones sexuales de adultos con los chicos de la calle es algo comentado en Melilla. “La Guardia Civil ha detenido en Melilla a un hombre, de 41 años y nacionalidad española, por un delito de abusos sexuales a cuatro menores inmigrantes no acompañados”, publica El País. “Algunos cuentan con sus propios clientes fijos y otros acceden a someterse a tocamientos o incluso a realizar alguna felación, por lo que obtienen ganancias económicas o materiales. Los lugares más frecuentados para estas prácticas de abusos sexuales son; el Parque Hernández, el túnel de camino a Purísima y debajo de los puentes frecuentados por niños”, describe el informe Harraga.
Volviendo a la Convención de los Derechos del Niño, el artículo 34 dicta que “los Estados Partes se comprometen a proteger al niño contra todas las formas de explotación y abuso sexuales. Con este fin, los Estados Partes tomarán, en particular, todas las medidas de carácter nacional, bilateral y multilateral que sean necesarias para impedir a) la incitación o la coacción para que un niño se dedique a cualquier actividad sexual ilegal; b) la explotación del niño en la prostitución u otras prácticas sexuales ilegales”.
Destacado es el caso de una mujer adulta conocida entre los menores de Melilla. “Tiene casa en Melilla pero vive en la calle y busca a niños para tener sexo con ellos”, comenta un niño en situación de calle de menos de 15 años que acababa de pelearse con ella porque “le quitó su chabola”. Ella estaba debajo del puente donde se vende habitualmente el pegamento que se consume por la ciudad, en bañador y usando la poca agua que en julio lleva el conocido coloquialmente como río de oro de la ciudad, para lavar una camiseta. “¿Cómo estás?”, le preguntó una mujer amiga suya. Acto seguido vio al niño, cogió una vara metálica parecida al paso de una fregona, y comenzó a gritar palabras incomprensibles con intención de golpear al menor. “Hemos recibido llamadas de esa mujer, pensamos que tiene algún problema mental”, aseguran desde Emergencias. “Casi todos nos hemos tenido sexo con ella, mayores y menores, con o sin protección, en la calle. Te ve y se acerca. ´¿Quieres acostarte conmigo?`, te dice. Y simplemente vas y tienes sexo”. Así hablan los chicos sobre ella, entre risas de orgullo y reparo por hablar de sexo con una mujer.
Mohammed sigue intentando prácticamente todas las noches colarse en un barco y salir de Melilla, pero cada día la presencia policial del puerto es mayor y más intensiva. “Yo no tengo nada aquí, no casa, no papeles, no familia. Solo muchos problemas. Quizás tenga que volver a casa porque ya no puedo más”.