
MUJERES AFGANAS: SIN DERECHOS ANTES DE LOS TALIBANES
Afganistán lidera el peor lugar del mundo para nacer mujer, seguido por Siria, Yemen, Pakistán e Iraq, como muestra el índice de Paz y Seguridad del Instituto George Town en su última actualización.
La situación de las mujeres afganas es de las más precarias del mundo, incluso tras los avances experimentados antes de la llegada talibán en 1996 y de su regreso al poder el pasado agosto de este año. Si bien hubo un respiro social en estas dos últimas décadas y retornaron derechos básicos para ellas, como el derecho a la educación y al trabajo, su alcance real solo se vio materializado en las principales ciudades del país, sin llegar a concretarse en el resto de los lugares más pequeños, de mayoría rural. Así también lo señalaba ONU Mujeres en diciembre de 2020, donde también se muestra que no tuvieron suficiente información para poder mostrar y comparar estos indicadores.
Un ejemplo de las atroces desigualdades a las que son sometidas es la obligación de realizarse la prueba de virginidad, exigida entre otros motivos cuando la mujer es señalada por haber cometido adulterio o perder la virginidad antes del matrimonio. Esta exigencia, a la que se le conoce también como la “prueba de dos dedos”, se realiza a diario en Afganistán, en la mayoría de los casos sin consentimiento de la mujer. Esta situación ha sido expuesta y denunciada por la Comisión Independiente de Derechos Humanos de Afganistán y la Organización Mundial de la Salud, entre otras organizaciones, sobre la cual además se aclara que no tiene certificación científica y que viola acuerdos internacionales en materia de derechos y de género, y, aun cuando el Código Penal afgano requiere una orden judicial y el consentimiento de la mujer para las pruebas, estos requisitos no suelen ser tomados en cuenta.
Niñas, adolescentes y mujeres afganas sin derechos estructurales
Hace más de una década se propuso una reforma en la ley afgana con normativas que perseguían la igualdad de género y la defensa de los derechos de las mujeres. Una vez discutida y aprobada por el Parlamento, esta no fue firmada para su implementación por el entonces Presidente de Afganistán, Hamid Karzai, quien lideró el país desde 2001 hasta 2014. Negado a estos cambios para permitir más alcance a los derechos de las mujeres, la petición pasó a manos de su sucesor, Ashraf Ghani, quien lideró el país desde 2014 hasta su abrupta salida el pasado agosto de 2021, y quién también se negó a firmarla y hacerla efectiva.
El no hacer estos derechos parte de la ley en Afganistán, facilita su invisibilidad y su no registro y cumplimiento, lo que incide directamente en el desarrollo y en la vida de las niñas, las adolescentes y mujeres afganas.
Entre esos derechos perdidos está la posibilidad de ser madre con una planificación y bajo propio consentimiento. Según relató ONU Mujeres en su informe de 2017, 62 de cada 1.000 mujeres de entre 15 a 19 años eran madres y tan solo 4 de cada 10, podía planificar su maternidad; de este último reducido porcentaje, solo el 19% utilizaba algún método anticonceptivo para lograrlo. Otro dato que refleja esta presión social es que el 29 % de las mujeres de entre 20 y 24 años se casaron antes de los 18 y el 4,2% antes de los 15.
Debido a las pésimas condiciones para crecer y desarrollarse en el país, sobre todo en las zonas rurales, al difícil acceso a un trabajo digno y a residir en una infraestructura de calidad, o a la violencia constante a la que son sometidas, las mujeres afganas enfrentan grandes retos y carencias. Datos ofrecidos por el Banco Mundial en su última actualización en 2019, muestran que las mujeres en Afganistán tienen una esperanza de vida de apenas 66 años, cuando en otros países del mundo la media va desde los 83 hasta los 85.
Según datos publicados por la organización Human Rights Watch en 2017, solamente el 37 % de las adolescentes afganas estaban alfabetizadas (en comparación del 66% de sus pares masculinos). A su vez, y según datos publicados por Naciones Unidas, alrededor de 2,2 millones de niñas no iban a la escuela, número que se estima que se eleve considerablemente bajo el nuevo régimen talibán. Asimismo, solo el 34% de las personas que ejercían como profesoras eran mujeres según los últimos datos recogidos en 2016 por UNICEF, donde también confirmaban que, la asistencia escolar femenina es menor en todos los niveles educativos.
Otro dato negativo en las condiciones estructurales de las mujeres afganas, arrojado también por esta última entidad mencionada, es la inseguridad alimentaria sostenida y severa en su población adulta, situando el riesgo en un 66,5% para las mujeres, a diferencia de su pares masculinos con 55,3%. Además, el 31% de las adolescentes padece de anemia.
La esperanza vacía
En vista de la situación de extrema vulnerabilidad y tras la caída del primer régimen talibán en 2001, la entonces Administración Interina Afgana, posteriormente presidida por Hamid Karzai como presidente, y bajo el acuerdo de Bonn (que buscaba rehacer Afganistán con la invasión norteamericana ese mismo año), se creó el Ministerio de Asuntos de la Mujer, que pretendía ser líder en la promoción de sus derechos.
Uno de los principales derechos obtenidos fue el acceso a la educación en todos los niveles y la promoción y ascenso en diferentes ámbitos de la sociedad; esto funcionó como motor en la búsqueda de una igualdad aún muy dispareja. Si bien fue un gran avance la posibilidad de que las mujeres se insertasen con plena libertad en la educación, estos progresos vieron sus frutos en las principales ciudades, pero no así en el resto de país.
En el Ministerio de Asuntos de la Mujer, aun con el esfuerzo realizado y ciertos avances logrados, no pudieron impulsar nuevas leyes que permitieran y promovieran la denuncia y el debido proceso legal en defensa de las niñas, adolescentes y mujeres que sufren acoso, violación, mutilación y otras vejaciones. Además, en el Parlamento las mujeres solo ocupaban el 27% de los escaños y la representación en altos cargos, continuaba siendo escasa. Asimismo, la Fundación Internacional para Sistemas Electorales emitió un informe en 2020, donde denunció el uso creciente de las redes sociales para desacreditar y humillar a las candidatas mujeres a cargos públicos, además de señalar obstáculos para las votantes, sin embargo, actualmente Afganistán ya no está incluida en la lista de países donde opera dicha organización. Por otro lado, Human Rights Watch denunció altas tasas de acoso sexual y violencia en la vida pública afgana en contra de las mujeres y señalaron que en los puestos directivos apenas alcanzan a ocupar el 4,1%.
A lo largo de estas dos últimas décadas, incluso con la ayuda que debió suponer la llegada de Estados Unidos y su coalición a Afganistán entre 2001 y 2021, siguieron sucediendo abusos, golpizas, mutilaciones y asesinatos sobre las mujeres afganas.
Así lo refleja el caso de Zarina, una mujer que en 2017 a sus 23 años, y que había sido obligada a casarse a los 13, sufrió la mutilación de sus dos orejas por parte de su esposo con quien vivía en la provincia de Balkh. También el caso de Aesha Mohammadzai, otra mujer afgana a quien a la edad de 19 años en 2009, su esposo le mutiló la nariz y las dos orejas como castigo por haberse escapado de su casa, cansada de abusos y violencia constante por parte de él y de su familia.
Parte de esa esperanza vacía la reflejaba Najla Ayubi, activista por los derechos de las mujeres y ex jueza afgana, quien, en los comicios presidenciales de 2014, enfatizó en algunas de sus declaraciones, que las mujeres solo estaban siendo utilizadas como “arma política” y que todo el apoyo que recibían por parte de los candidatos hombres era solo retórica, hasta que llegaran al poder. Hoy, transcurridos siete años, sus declaraciones siguen vigentes.