
LA LUCHA POR LOS DERECHOS DE LA MUJER AFGANA
Verdaderos impulsos igualitarios y feministas, aquellos años de la reina Soraya de Afganistán
Aunque no se parezca en nada a la realidad actual, Afganistán tuvo avances en la igualdad de género, el derecho a la educación igualitaria y no sexista, la no obligación al uso del velo y el pleno respeto a la mujer, y trató de mantenerlos. Estos avances hoy mermados fueron impulsados y liderados por la entonces reina Soraya Tarzi de Afganistán, entre los años 1919 y 1929, y que fueron celebrados en muchos lugares del mundo.
Nacida en 1899 en Damasco, Siria, e hija de un periodista afgano exiliado, la reina Soraya Tarzi creció en un ambiente más libre para las mujeres de la época que el actual, donde podían discutir sobre temas en los que en otros países solo intervenían los hombres, posibilidad que en aquel entonces ofrecía la capital siria. Tras haber contraído matrimonio con el rey Amanullah Khan y haber accedido al poder como reina consorte de Afganistán, se dispuso a llevar adelante una serie de reformas que perseguían la igualdad de género a las mujeres afganas, y defendió que el derecho pleno a la educación tanto por hombres y mujeres era fundamental. Fue así como no solo creó y abrió en aquellos años la primera escuela en Kabul y promovió la educación en general, sino que también fundó la primera revista femenina del país. Impuso la no obligación al uso del velo y rechazó categóricamente la poligamia.
Una vez nombrada Ministra de Educación, recibió el apoyo de su esposo el rey Amanullah Khan, quien, siendo consecuente con ese apoyo y para dar un mensaje coherente con la igualdad de género y en rechazo a la poligamia, renunció a su harén, una práctica común en los países más arraigados de Medio Oriente.
Como Ministra, la reina Soraya no solo buscó dar fuerza al derecho de la educación igualitaria, también utilizó su imagen para mantener el mismo mensaje: muchas veces no usaba el velo y permitía ser fotografiada de esa manera. Una medida esta que formalizó con la primera constitución en 1923, como también la abolición de la esclavitud, la creación de una Corte Suprema secular, la abolición de los privilegios a la orden real y líderes de las tribus, pero sobre todo, la igualdad para las mujeres.
Afganistán ha sido históricamente un país de fuertes tradiciones conservadoras y arraigadas al islam. Sobre la aprobación de esa primera constitución, grupos insurgentes se levantaron, pero fueron controlados; sin embargo, con el pasar de los años, en 1928, después de una gira por varios países occidentales, la reina Soraya Tarzi y su esposo fueron recibidos por una gran revuelta de estos grupos conservadores de mayoría pastún, una de las etnias dominantes en el país asiático, que acabaron por desmoronar los avances hasta entonces conseguidos y deponerlos como líderes monarcas, obligándolos al exilio.
Restauración de sus derechos, mantenimiento y más apertura hasta el inicio de la primera guerra
Esta presión social para lograr la igualdad, así como la pérdida de los derechos ganados tras la deposición de los monarcas Khan-Tarzi, pudieron ser medianamente restituidos nuevamente en 1933, tras la salida del poder de Muhammad Nadir Shah, quien se había encargado de prohibirlos. Desde ese momento, las mujeres afganas pudieron mantener ciertos derechos básicos sociales, se estableció una nueva constitución, se creó una nueva universidad y, en 1964, se les otorgó el derecho al voto.
En 1973, el entonces monarca de Afganistán Zahir Shah fue derrocado por Mohammed Daoud Khan, quien dio fin a los gobiernos monárquicos del país y estableció la nueva República de Afganistán. En este siguiente periodo y bajo una doctrina política izquierdista, las mujeres continuaron mejorando sus derechos, se les dio acceso por primera vez al Parlamento y ganaron más fuerza en la escena pública y en cargos públicos.
Afganistán comenzaba a atravesar una vida política llena de disturbios y diferencias entre conservadores y reformistas. Fue así como el 27 de abril de 1978 la Revolución de Saur, de corte comunista y liderada por el Partido Democrático Popular de Afganistán, se hizo con el poder y se proclamó como un nuevo gobierno socialista, para luego, en 1979, solicitar la intervención efectiva de la antigua Unión Soviética.
El ejército militar de la Unión Soviética hizo su entrada en el país asiático en diciembre de 1979. A lo largo de su estadía los derechos de las mujeres se mantuvieron e incluso algunos se profundizaron, lo que llevo incluso a que el 45% del profesorado fueran mujeres. Pero la misma intervención también profundizó la crisis política y la polarización social, lo que mantuvo sumido al país en una sangrienta guerra civil donde los grupos rebeldes y las diferentes tribus existentes en el país, apoyados principalmente por Estados Unidos y otras potencias occidentales, reclamaban su salida.
La salida soviética se hizo efectiva en febrero de 1989, pero no fue el finiquito de la guerra como se suponía y el conflicto civil siguió su curso hasta abril de 1992, cuando, debido a la caída de la Unión Soviética, el ejército afgano perdió fuerzas y los insurgentes fundamentalistas se alzaron con el poder e instauraron el Estado Islámico de Afganistán. Esto dio comienzo a un nuevo capítulo en la historia afgana y conformó el caldo de cultivo para la organización de grupos terroristas, el tráfico de opio, el aumento de la prostitución y el tráfico de órganos de las personas más pobres, lo que, unto con otras cuestiones, contribuyó severamente a mermar la cultura e identidad nacional y dio paso a la horda talibán.
La llegada talibán: el nuevo cese y quebranto de todos los derechos para las mujeres en Afganistán
Debido a las grandes diferencias y conflictos internos entre los líderes tribales y los grupos guerrilleros hechos con el poder desde 1992, los talibanes se alzaron como fuerza única y tomaron el pleno control de un Estado ya fallido en septiembre de 1996. Desde ese momento, las mujeres perdieron sus derechos por completo.
Los talibanes basan su gobierno en el fundamentalismo y son fervientes defensores de la Sharía, también conocida como ley islámica, que especifica un código de conducta y que marca los comportamientos que debe tener la sociedad islámica. Bajo este detallado grupo de normas sobre el “buen comportamiento” y la “moral”, los insurgentes talibanes interpretan que la mujer debe estar apartada y supeditada a los mandamientos y órdenes de un hombre, lo que viola plenamente todos sus derechos, como demuestran, entre otras, las siguientes cuestiones:
– La vestimenta, la obligación del uso del burka y la exigencia de que no se dejen ver en público por ningún otro hombre que no sea miembro de su familia y dentro de su hogar.
– No poder salir sola de su casa sin permiso de su esposo y sin la compañía de un familiar masculino.
– La imposibilidad de estudiar sin previo acuerdo y aceptación por parte de su esposo, esto, como mejor escenario en las principales ciudades, ya que en el resto de las zonas rurales incluso ese permiso no está ni siquiera concedido.
– La posibilidad de ser lapidadas o azotadas si incumplen estas u otras normas sin una defensa libre y justa.
– La dificultad de acceder a cargos públicos o a otros espacios de la esfera pública.
Esta escena fue vivida por todas las mujeres afganas desde 1996 hasta 2001, cuando el régimen talibán se desmoronó ante la intervención militar de Estados Unidos y países aliados, lo que no significó la salvación para ellas, pero si un pequeño respiro después de tanta violación sistemática de sus derechos.
Una de las primeras cosas que se les concedió nuevamente con la llegada norteamericana fue el derecho a la educación y a no diferenciar por género quien tiene derecho para educarse o no. Diversas organizaciones sociales comenzaron su trabajo para buscar la forma de erradicar la desigualdad en la que estaban sumidas las mujeres afganas y esto, sin duda, dio una lente al mundo sobre lo que pasaba con las mujeres en el país. Historias de terror y de mutilaciones se empezaron a contar con más libertad, pero no dejaron de existir.
Ante la nueva llegada extranjera en 2001 y las nuevas libertades concedidas, las mujeres también reactivaron su aparición y trabajo en la vida política y pública, pero, pasados 20 años de la intervención, se comprueba que faltaron medidas para que estos derechos se arraigaran y finalmente quedaran establecidos. Los talibanes han irrumpido y se han hecho nuevamente con el poder desde el pasado agosto de este año 2021, han instaurado un nuevo gobierno y su postura ha quedado clara: las mujeres no tienen derechos. Aunque se habían comprometido con la comunidad internacional a respetar todo lo antes conseguido por y para ellas, esto solo ha quedado nuevamente en retórica. La imposición del uso obligatorio del burka, la segregación por sexo en las aulas de clase, el bloqueo de la educación secundaria para las adolescentes, el cierre del Ministerio de Asuntos de la Mujer, que ha sido sustituido por el Ministerio para la Propagación de la Virtud y la Prevención del Vicio, es apenas el comienzo de la nueva vida para las mujeres en Afganistán.