
LA GUERRA EN AFGANISTÁN NO COMENZÓ HACE 20 AÑOS. Y NO, NO HA ACABADO
Afganistán ha vuelto a la palestra, a ser titular en los diarios y los medios de comunicación del mundo; sin duda, era innecesaria esta toma talibán para exponer la situación nefasta que ya se vivía en el país y que va a empeorar con la llegada de estos insurgentes de nuevo al poder.
Ya eran miles las personas que cruzaban las fronteras y huían de Afganistán por la falta de garantías en su tierra. El problema no deviene de la reciente retirada de las tropas norteamericanas y sus aliados de la OTAN, pero es cierto que ahora se recrudece aún más. Aproximarse a la complejidad del problema requiere analizar los últimos dos siglos de la historia afgana, aunque una mirada a los últimos 40 años resulta muy ilustrativa de las dinámicas que han ido marcando el devenir del territorio. Es necesario considerar cómo han operado multitud de agentes externos e internos y conocer los efectos de sus actuaciones, como la guerra iniciada por la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) en 1979, la proliferación de insurrectos grupos nacionalistas de distinta índole, la formación de quienes ahora se han hecho con el poder, la horda talibán, la intervención de al-Qaeda y su aparición en escena en 1988, la participación más o menos pública de las potencias árabes en la zona, o la intervención de Estados Unidos y sus aliados de la OTAN tras los ataques a las Torres Gemelas de Nueva York, en 2001.
Ahondando en la convulsa historia de Afganistán de las últimas cuatro décadas, vemos que en 1979 hubo más de 10 mil presas/os políticas/os por las medidas represivas tomadas en ese momento por el Estado afgano y bajo la intervención soviética. Un número que, aunque parezca alarmante, se queda pequeño en comparación con las cifras de decesos contabilizadas en los siguientes años de guerra. Se estima que la cantidad de personas civiles muertas entre 1978 y 1992 oscila entre los 600 mil y 1 millón y, las heridas, en torno a 3 millones. Además, se suman más de 5 millones de personas refugiadas y 2 millones de desplazadas, según las últimas cifras expuestas en 2012 por Necrometrics en Masacres en las mayores guerras del siglo XX.
Una guerra (intervención soviética) solo se diferencia de la otra (intervención norteamericana y aliados) por los años de diferencia, porque las consecuencias lamentables son las mismas y continúan siendo palpables.
A las cifras anteriores sumamos ahora, entre el periodo 2001–2021, 150 mil personas muertas (de las cuales casi alrededor 38 mil eran civiles y cerca de 60 mil eran militares y policías), además de 1 millón y medio de personas desplazadas y más de 400 trabajadoras/es humanitarios y más de 50 periodistas asesinadas/os. Números dispuestos por Amnistía Internacional y la ONU, desde donde también aclaran que es muy difícil conocer las verdaderas cifras, por lo que estiman que la cantidad de personas muertas, heridas, refugiadas y desplazadas puede ser muy superior.
Así, no solo fue en su momento la bota soviética la que dejaría marcas imborrables en las mentes y los corazones afganos, también lo haría la nueva intervención militar de la OTAN y Estados Unidos, siendo este último país señalado, en conjunto con los talibanes y las autoridades nacionales afganas, como presuntos autores de crímenes de guerra y de lesa humanidad cometidos en los últimos años de conflicto en Afganistán. Recordemos que la fiscalía señala a miembros de las fuerzas armadas estadounidenses y de la CIA como responsables de perpetrar “crímenes de guerra de tortura y trato cruel, atentados contra la dignidad personal, violación y otras formas de violencia sexual”.
Hace varias décadas que las personas huyen de Afganistán pateando calles, buscando sueños, migrando, cruzando fronteras en una búsqueda incesante de oportunidades imposibles de materializar en un territorio en guerra. Por tanto, se deben mirar con recelo los titulares de estos días que mencionan el fin de la guerra después de 20 años y evitan señalar responsabilidades sobre los causantes de en lo que hoy se ha convertido –y se está convirtiendo- Afganistán.
Ante los últimos acontecimientos, el presidente de Rusia, Vladimir Putin, en su carácter más natural, ha establecido una política para sacar provecho de la situación actual y, sin mucho más, ha aceptado la llegada talibán y se ha mostrado dispuesto a un diálogo casi inmediato con el nuevo gobierno, empezando por dejar su embajada abierta y evitar la retirada.
Asimismo, su embajador Dmitry Zhirnov, que mantuvo una reunión con un representante de los talibanes dos días después de la toma del poder por los insurgentes, ha asegurado que no ha visto pruebas de represalias o violencia. Y es que, estratégicamente, es mucho lo que debe mantener ahora Rusia en Afganistán en materia de geopolítica, para blindar y reforzar su influencia en países de Asia del Sur, Medio Oriente y Europa del Este.
La misma situación encara China, con un interés especialmente enfatizado en el ámbito económico y comercial. Es por ello que ha sido el primer país del mundo en tender la mano al gobierno talibán en su nuevo regreso, cediendo 26 millones de euros en alimentos y 3 millones de vacunas para el coronavirus.
Lo primero que busca resguardar el Estado chino son sus intereses en la provincia musulmana de Xinjiang, que limita con Afganistán y donde mantiene una zona rica en petróleo y gas. Por esto, es vital agradar y buscar los canales necesarios para mantener una buena relación con el nuevo régimen.
Pero hay un temor generalizado, no solo en estos dos últimos países mencionados, sino en toda la región y a nivel mundial: la gran posibilidad de que los grupos extremistas y terroristas se desarrollen a sus anchas y con más fuerza en territorio afgano. Por este motivo, a la vez que China se comprometía a ayudar al nuevo orden de gobierno afgano, le exigía cortar todo tipo de relaciones con grupos terroristas, que, según el ministro de Exteriores chino Wang Yi, se han dispersado e infiltrado en los países vecinos.
Mientras tanto, la sociedad afgana sigue malviviendo las consecuencias de los más de 40 años de conflicto y el recrudecimiento de la situación en las últimas semanas. Imágenes que quedarán para la historia: personas desesperadas aferradas a los aviones que despegaban, miles de civiles agolpados en el Aeropuerto Internacional Hamid Karzai, en Kabul, pidiendo ayuda para escapar. La vuelta del uso obligatorio del burka impuesto de nuevo a las mujeres, un atentado terrorista y cientos de civiles forzados al abandono de sus hogares; detalles que indican solo el comienzo del nuevo régimen talibán, conocido en tiempos anteriores como el emirato del terror.
Toda esta travesía llena de ataques terroristas, intervenciones militares, violaciones de derechos humanos y presuntos crímenes de guerra y de lesa humanidad, han dejado una Afganistán quebrada en todos los ámbitos, y los avances que se pudieron suceder en las últimas dos décadas se temen muy pronto perder con el avance talibán.
Uno de los colectivos más aterrados son las mujeres, ya que los talibanes proclaman la aplicación restrictiva de la Sharia, lo que limita en gran medida y cuestiona los derechos civiles y constitucionales de la mujer, sus libertades y autonomía, hasta el punto de relativizar su papel en la sociedad, o su derecho a estudiar o casarse. La mujer queda completamente supeditada a la figura del hombre, lo que las convierte en menos que nada, una realidad ya vivida en años anteriores, cuando los talibanes se hicieron con el poder entre 1996 y 2001.
Mermados han quedado los avances y los derechos que logró conquistar Soraya Tarzi, quien fuera reina de Afganistán y Ministra de Educación entre los años 1919 y 1929, y que les adjudicó en aquel entonces a las mujeres afganas el derecho a la educación, a no usar obligatoriamente el velo y rechazó también la poligamia. La reina Soraya Tarzi, señalaba en sus discursos y acciones que para lograr una sociedad más justa y una Afganistán más moderna, era necesaria la igualdad de género y el respeto hacia la mujer, y para ello, la igualdad de oportunidades era fundamental. Por eso, en aquellos años creó la primera escuela en Kabul y también fundó la primera revista femenina del país. Un discurso que se perdió con su salida del poder en 1929, y que luego se retomó y puso nuevamente en marcha a comienzo de 1970, pero que quedaría nuevamente relegado con la llegada talibán en 1996 y que, una vez más, vuelve a verse seriamente amenazado.
Son cientos las mujeres que piden ayuda para salir del país afgano actualmente por miedo, no solo a perder sus derechos a bien ganados en los últimos años, sino también a sufrir violencia abierta por el nuevo gobierno o incluso hasta a perder la vida en manos de este.
Por ahora se calcula que son más de seis millones de personas las que han huido en busca de refugio, la mayoría concentradas entre Irán y Pakistán, un número que se espera que crezca considerablemente en un corto y medio plazo, mientras continúan las peticiones de diversos agentes de la comunidad internacional para flexibilizar las normas internacionales y ampliar las vías para que las personas que buscan salir del país puedan hacerlo de forma segura.
Foto: “Kids on tank, Kabul” by swiss.frog is licensed under CC BY-NC 2.0