
LA CONSTRUCCIÓN DE LA FRONTERA: APROXIMACIÓN A LA FRONTERA SUR
La sala del Centro Cultural Conde Duque está dividida en dos. Las sillas esperan al público en la penumbra. El escenario, aletargado, aún sin los ponentes, se encuentra tenuemente iluminado. Podría incluso afirmarse que existe una frontera entre el relato que está a punto de pronunciarse y aquellos que han acudido dispuestos a escuchar.
La frontera no es un lugar. Las fronteras están en nuestro cuerpo. La frontera es un constructo social y político, una fuente de rédito económico para gobiernos y ejércitos; es la tierra de nadie, una pugna constante por la soberanía. La primera jornada del ciclo “La artificialidad del límite” se centró en esto mismo, definir la frontera y acercarnos a la Frontera Sur, desde tres enfoques tan distintos como necesarios: la semiótica, la infancia y la legalidad.
Tras la proyección de la película “14 Kilómetros” y el prolífero coloquio posterior con su director Gerardo Olivares, se dio paso a la mesa-debate entre los tres expertos en fronteras: Montserrat Galcerán, que habló de la construcción de los límites sobre los cuerpos de las personas migrantes; José Palazón, que se centró en las fronteras como negocio, y María Vieyra, que narró la experiencia desde el ámbito legal.
“En la posguerra, recuerdo que la frontera francesa, a tan solo dos horas de Barcelona, era para mí un espacio mágico (…) al otro lado había otro mundo, era una tentación para escapar”, con esta nostálgica, a la par que poderosa, declaración daba comienzo Galcerán. La catedrática emérita de Filosofía y activista feminista presentó la frontera como un lugar a cuyos lados, pese a la continuidad física, la legalidad y “el sentido común” cambian. Ciertamente, todo un mundo se crea en torno a un límite de esta índole, tanto en su construcción como en su forma de impregnarse en el cuerpo de las personas migrantes. Galcerán recalcó la función de las fronteras como instituciones sociales, más allá de simples lugares. En su misma construcción epistemológica, afirmó que existe un claro ejercicio político que “no consiste tanto en bloquear o disuadir, como en filtrar”; es decir, definir una otredad, una alteridad, crear un enemigo, un “nosotros” y un “ellos”.
Pero Galcerán no solo abordó el asunto desde una perspectiva semiótica. También describió con crudeza, desde la óptica feminista, la preparación a la que muchas de las mujeres deben someterse a la hora de cruzar estas fronteras. “Muchas ya cuentan con que van a ser violadas (…) Para algunas, es incluso más seguro viajar solas que con pareja, ya que así se aseguran que nadie las usará como moneda de cambio”. Acabó su intervención denunciando la impunidad en la Frontera Sur de Europa, un lugar disputado, pero que no tiene un dueño único, y donde el estado español actúa como socio fiable de la Europa más colonialista.
Tras esta primera aproximación, Palazón dedicó su intervención a retratar la situación en la frontera de Europa con África: Ceuta y Melilla. “La valla es un negocio, supone el 50% de la economía de Melilla, así como un lugar donde tanto España, como la Unión Europea, ganan territorio”, sentenció. Además, trajo a la palestra problemáticas menos presentes en el debate público, como el narcotráfico o el blanqueo de dinero presente tanto en la misma valla como en los territorios y ciudades colindantes.
Palazón dedicó una gran parte de su intervención a concienciar sobre la situación de los menores en esta frontera, que con frecuencia tienen que elegir entre alojarse en centros de menores caracterizados por su crueldad e ineficacia o permanecer en la calle.
También incidió en el carácter singular de la Ciudad Autónoma, definiéndola como “una cárcel a cielo abierto”, ya que quienes se convierten en solicitantes de asilo en Melilla tienen prohibido abandonar la ciudad, imposibilitándose su circulación por el resto del territorio nacional, lo que supone una incorrecta aplicación práctica del derecho de asilo, como abordaría posteriormente Vieyra.
Finalmente, el fundador de la Asociación Pro Derechos de la Infancia (PRODEIN), denunció la situación de las más de cien niñas que han llegado a la frontera tan sólo este año, y mostró su preocupación sobre la utilización del “efecto llamada” en las declaraciones de cargos públicos, como elemento justificante de una atención deficiente, así como el inherente desastre humano, de no llevarse a cabo una labor humanitaria y gestión adecuadas.
En último lugar, Vieyra visibilizó las precarias condiciones en las que el Servicio Jesuita a Migrantes ha tenido que atender “con un equipo de tres y en tan sólo seis meses” a más de 300 personas que llegaban desesperadas en busca de ayuda. Estos servicios se basan fundamentalmente en la asesoría legal gratuita y, cuando se requiere, “una acción inmediata”. Volvió a denunciar la situación en el CETI y en los Centros de Menores, sobre los que los propios menores bromean entre ellos “si aguantas el módulo 5 – el de acogida, con peores condiciones y más duro de soportar – ya habrás pasado lo peor”.
“Lo que pasa en Melilla es una cuestión de derechos individuales e incumplimiento del Estado de Derecho; aunque por desgracia, es también un lugar, lugar en el que ponemos más dolor a vidas con historias que ya han naufragado en este sentimiento, y en especial un lugar de muerte”.
Así finalizaba la primera de las tres jornadas previstas con el objetivo de concienciar sobre la situación en las diferentes fronteras a través de distintos ejes. Dejando, sin lugar a dudas, un vivo retrato de la idiosincrasia de estos límites que son concebidos, desarrollados e implantados como una estrategia neocolonial; máxime, con plena impunidad para sus artífices.