
JÓVENES SIN HOGAR, UNA CAUSA OLVIDADA
En una pequeña ciudad del sur de Ontario, Canadá, parece que el mundo se ha parado. La belleza y la calma aparente del lugar contrastan con las nefastas condiciones de los jóvenes sin hogar. Jóvenes que no buscaban más que un alojamiento, alimento y un poco de afecto, para intentar vivir una vida de aparente normalidad.
Fue en esta hermosa ciudad donde realicé un intercambio académico y un voluntariado en un albergue juvenil durante un semestre, lo que me permitió descubrir Kingston desde varias perspectivas y así darme cuenta de los diferentes universos que confluyen.
En esta pequeña ciudad estudiantil que es Kingston se distinguen tres partes bien diferenciadas, tres universos yuxtapuestos sumamente dispares.
En la parte oriental se sitúa el campus de la universidad, que se extiende sobre la mayor parte de la ciudad y donde viven los estudiantes. Las casas idénticas, de estilo americano, saqueadas por incontables fiestas, se amontonan alrededor de la Queen’s University, una universidad privada de importancia internacional.
La parte norte, residencial, sorprende por su cuidada organización en la que no sobresale ni una brizna de hierba. En esa zona, una multitud de dispositivos de seguridad se activan bajo cualquier paso en falso para evitar la presencia de transeúntes desafortunados.
Finalmente, está la parte occidental de la ciudad. Aunque en esta zona está la universidad, por la noche se recomienda a los estudiantes que viven allí que permanezcan en sus domicilios y que no dejen sus bicicletas fuera, salvo que estén aseguradas con, al menos, tres candados. Es en este rincón menos “civilizado” de la ciudad donde los jóvenes sin hogar encuentran refugio, resguardados de las miradas, de la violencia del mundo y de la gente.
Kingston bate récords en términos de jóvenes sin hogar: mientras que la media canadiense de jóvenes sin hogar representa un 20% del número total de personas sin hogar, Kingston se coloca ampliamente por encima. Allí, de cada tres personas sin hogar, una es joven, lo que supone un 33% de la población sin hogar de Kingston.
Cada cual tiene su teoría acerca de la causa de esta considerable brecha.
Kingston se encuentra en una zona más o menos rural y se sitúa a media distancia entre las tres ciudades más importantes del este de Canadá: Montreal, Toronto y Ottawa. La densidad de población en el área situada entre estas tres ciudades es muy baja, lo que ha inducido a una falta de apoyo hacia los jóvenes y a la generación de una zona gris en esas inmensas extensiones rurales. Esta zona gris se caracteriza por una falta de infraestructuras especializadas en la acogida de personas sin hogar.
Kingston es, por lo tanto, el único y más cercano refugio para los jóvenes y para los no tan jóvenes que viven en los alrededores. A consecuencia de esto, el 22% de los jóvenes sin techo proceden de los alrededores de Kingston y se encuentran con frecuencia en tránsito hacia las grandes ciudades. Además, el 33% de los jóvenes sin hogar en Canadá provienen de Ontario, la región en la que se encuentra Kingston, lo que incrementa la presión sobre los centros de acogida para personas sin hogar, que normalmente están al 99% de su capacidad.
La edad media de las personas jóvenes sin hogar es de 17 años y el 56% de ellas son mujeres. Ser mujer joven sin hogar es todavía más peligroso debido a los tratantes, traficantes de personas y otros depredadores que solo buscan víctimas frágiles en estado de vulnerabilidad. En estos casos, acudir a un centro de acogida no resulta una buena opción, ya que tienen más probabilidades de experimentar encuentros indeseados que pueden resultar fatales.
Los jóvenes sin techo de Canadá, a diferencia de los jóvenes sin techo de Europa, tienen motivos muy diversos para huir de su domicilio familiar o para encontrarse sin domicilio fijo.
En Kingston parece que los problemas que empujan a estos jóvenes a la huida son generalmente causados por una ruptura familiar: un divorcio, un rechazo hacia el joven por motivos de identidad o por determinadas conductas (adicción a alguna sustancia), un trauma o un abuso sufrido (relación tóxica) o porque sus familias no les ofrecen un entorno sano y salubre.
Cuando se ven en la calle de un día para otro, la única salida para la supervivencia es vivir al día, ya que el 83% de ellos sufren de malnutrición y a menudo no se pueden permitir comer más que algunos días a la semana.
Ser un joven sin hogar supone un conjunto de complicaciones: al ser menores, no pueden acceder a un alquiler, a un trabajo o a una inscripción en una escuela. Además, esta situación no se contempla en la concesión de ayudas sociales, por lo que la realidad de estos jóvenes se plantea, si cabe, todavía más terrible que la de los adultos que carecen de hogar. La causa de los jóvenes sin hogar necesita ser abordada de manera específica y con un enfoque particular en sus necesidades e inquietudes.
Los jóvenes sin hogar no quieren ir a centros de acogida de adultos porque tienen miedo de perder sus pertenencias, que generalmente se reducen a una bolsa de deporte o un carrito de la compra. Las personas sin hogar no son siempre amables entre ellos, como reflejan algunas series.
La mayoría de la gente tiene muchos prejuicios hacia los jóvenes sin hogar. Ciertos mitos han cristalizado en el imaginario colectivo a causa de películas o series que evitan que las personas confronten la realidad y la gravedad de esta situación.
Para algunas personas, los jóvenes sin hogar eligen su situación: se han escapado de sus casas para manifestar su rebeldía, lo que es falso. Menos del 6% de los jóvenes sin techo lo son por elección propia. El 94% no tienen domicilio por las razones citadas anteriormente. Huyen de sus casas porque ya no representan un hogar para ellos. Sufren abuso, rechazo, maltrato y son víctimas de una situación familiar insostenible que les obliga a irse. Porque, ¿quién querría abandonar el calor del nido familiar para enfrentarse a las noches heladas de Canadá si no fuera porque son terriblemente maltratados?
Foto de Marcelo Renda en pexels