
INFORME DESDE BOSNIA. A LAS PUERTAS DE LA EUROPA FORTALEZA
Los reconoces por el paso lento y cansado, arrastrando los pies, los pies mal vendados y cubiertos con bolsas y la mirada vítrea y derrotada. Son aquellos que han sido rechazados por la policía croata tras haber intentado lo que llaman “el Juego”, es decir, cruzar Croacia a pie para llegar a Italia y, desde allí, a los otros países de la Unión Europea. Lo llaman “el juego”, pero no es un juego: se trata de caminar de 10 a 12 días, durante la noche (por el día no caminan para evitar ser atrapados por la policía), en el bosque, con una temperatura que cae por debajo de cero y con el riesgo de tener que enfrentar a osos y lobos. Traen consigo cosas pequeñas: un saco de dormir, ropa y algo de comida, para no tener que cargar demasiado peso. Pero la comida dura solo dos o tres días y luego siguen caminando, sin comer y sin beber. Sin embargo, el mayor obstáculo en este juego terrible es el encuentro con la policía croata, que es responsable de devolverles al otro lado de la fortaleza que es Europa, pero que a menudo, con demasiada frecuencia, lo hace con una violencia terrible: son golpeados con palos, teléfonos moviles robados, aplastados y rotos para que el GPS ya no funcione y no vuelvan a intentarlo. La policía los carga en una camioneta y los lleva de regreso a su punto de salida en la pequeña ciudad bosnia de Velika Kladusa, a dos kilómetros de la frontera croata.

“Nos capturan, está bien, su trabajo es enviarnos de vuelta. Pero ¿por qué nos pegan y nos roban todo?”
Fue en este lugar donde me quedé durante dos semanas, trabajando como voluntaria en No Name Kitchen, una ONG que se ocupa principalmente de ofrecer una ducha caliente y una muda de ropa. Cuando estas personas regresan de “el juego” no les queda nada: todo lo que poseían ha sido destruido por la policía o abandonado en el bosque, y en el campamento informal de Trnovi, en Kladusa, ni siquiera hay carpas, solo unas lonas de plástico como refugio para dormir. Y, sin embargo, este lugar desolado, donde faltan los servicios básicos como los inodoros químicos o un lugar seco para dormir, se ha convertido en el símbolo de la resistencia obstinada que no conoce la resignación: he hablado con personas que han intentado cruzar doce veces con niños y ancianos a su lado, siendo rechazados una y otra vez, pero nadie quiere darse por vencido, esperan unos días para descansar y luego, una vez más, se van nuevamente.
Según los datos de ACNUR, en 2018 llegaron a Bosnia 7.600 personas, pero no es posible saber con exactitud cuántas personas siguen allí, por los continuos intentos de cruzar la frontera y el rechazo constante. Los teléfonos móviles de los voluntarios que trabajan en Kladusa están llenos de mensajes de los que envían una fotografía desde la tan deseada Europa, así como fotos de heridas, piernas rotas o teléfonos destruidos. Es una situación fluctuante, como lo son las personas que viven aquí, por esto es tan difícil para los voluntarios de pequeñas ONG que trabajan en Kladusa llevar a cabo proyectos que son menos efímeros que las duchas o la distribución de ropa y mantas. De todas formas estos son servicios esenciales para los que viven en el campamento o los que regresan del juego, igual de esencial que lo es un abrazo o una palabra de consuelo.
Mil veces al día decimos “Lo siento, amigo mío”, pero quien realmente debería lamentarlo es esta Europa que no los escucha, que se da la vuelta y que un día tendrá que explicar todo esto.
Traducción: María Chiara Secco