
EL CAMBIO CLIMÁTICO NO VE NUESTRAS DIFERENCIAS
“A los ojos del cambio climático, ¡todos somos iguales!”. Seguramente hayas escuchado esta frase antes, probablemente en la conversación global que se ha venido manteniendo el pasado año sobre el cambio climático . Sobre todo lo dice gente que (todavía) no se ha visto afectada por el cambio climático. Pero sabes que no es verdad cuando has perdido tu casa en una catástrofe natural, cuando has tenido que trabajar a la intemperie durante intensas olas de calor, o cuando has sufrido recortes en tu alimentación debidos a las condiciones extremas de la temperatura; mientras, otra gente se relajan en sus villas rodeadas de cinco coches.
Sabes que es una cuestión de privilegios estructurales. Mientras un gran volumen de población se enfrenta diariamente a esta crisis, aún hay gente que puede mirar a otro lado. Mientras se fuerza a algunas personas a una pobreza cada vez más profunda, hay gente que engrosa sus beneficios a costa de empeorar la situación incluso más. Esto demuestra que no es una cuestión de que todos los seres humanos permanezcamos unidos: existen diferencias sistémicas conocidas y deliberadamente sostenidas por las personas que ejercen el poder.
¿Injusticia climática? ¿Dónde?
Hasta los movimientos sociales por el cambio climático apartan a menudo el aspecto social de esta crisis. Muchos descuidan las diferencias estructurales y la discriminación que permite el actual sistema, que afectan a la mayoría de las personas y benefician a una minoría. Quienes detentan el poder han estado utilizando el cambio climático con la única finalidad de reducir aún más los derechos básicos de quienes ya estaban oprimidos, ya sea a través de formas de racismo, clasismo o machismo.
En primer lugar, en términos de racismo, existen dos sistemas bastante antiguos que están directamente vinculados con los acontecimientos climáticos más recientes: el imperialismo y el colonialismo. El racismo se refleja en la línea que existe entre el Norte Global y el Sur Global, un asunto de capital importancia al abordar el cambio climático. Dado que el norte ha estado explotando a los humanos y al medio ambiente en la otra mitad del globo durante siglos, debería tener una responsabilidad aun mayor, intrínsecamente ligada a su comportamiento pasado y presente. Sin embargo, sucede lo contrario. Los países del norte, por un lado, todavía son los principales emisores de gases climáticamente relevantes; el sur, por otro lado, sufre casi todos los efectos dramáticos. Y dentro de los países del norte, a menudo la destrucción medioambiental se practica en las comunidades racializadas.
En segundo lugar, otras diferencias, como por ejemplo aquellas relacionadas con la clase, no solo se manifiestan entre regiones, sino también dentro de ellas. Las grandes corporaciones de los países del norte están intentando cargar el aumento de costes derivados del cambio climático a las espaldas de las personas con ingresos bajos y medios, en vez de sufragarlos con los inmensas ganancias que generan destruyendo el planeta y explotando a sus trabajadores. Además, los pobres son siempre quienes dejan la menor huella de carbono, mientras que los ricos continúan manteniendo sus estilos de vida excesivos. Y lo que es peor, la mayoría de las personas carece de derecho a decidir sobre las acciones de las compañías, a pesar de que tiene efectos determinantes sobre su futuro.
Por último, las mujeres de todo el mundo sienten con más intensidad los efectos de estas condiciones tan cambiantes, pues son ellas quienes normalmente se encargan de proporcionar un hogar, comida y cuidado a sus familias, algo que, por supuesto, se está volviendo cada vez más difícil. Las mujeres racializadas del Sur Global son las más afectadas, ya que todos estos sistemas de opresión -imperialismo, colonialismo, capitalismo y patriarcado- se benefician y fortalecen mutuamente; y todos estos son problemas agravados por la destrucción ambiental y por las injustas medidas tomadas en su contra.
Cada vez está más claro que algunas personas podrán evitar las consecuencias durante más tiempo por tener un determinado color de piel y género, por vivir en una zona concreta y, especialmente, porque utilizar su inmensa riqueza. Otras, en cambio, dependen completamente del medio ambiente y se enfrentan a grandes dificultades y a situaciones que amenazan la vida, precisamente porque esta ha sido destruida, aun cuando ellas sean quienes menos han contribuido a encontrarse en esta situación. Esto debe cambiar.
¡Justicia climática! ¡En todas partes!
Las primeras en alzar su voz contra estas injusticias fueron las personas que las experimentaron. Muchos movimientos ecologistas han tardado mucho tiempo en escucharlas y en reconocer sus problemas como inevitablemente relacionados con el cambio climático, que hasta entonces estaba siendo considerado como un tema que uniría a la humanidad. También a día de hoy el blanqueamiento y la falta de voluntad para abordar estas injusticias constituyen un problema serio de los movimiento sociales que luchan a favor del medio ambiente. En su mayoría son ignorados debido a que no se quiere alejar del movimiento a personas que, en muchas ocasiones, se están beneficiando de estos sistemas. Sin embargo, es necesario que no dejemos a nadie atrás y nos mantengamos al lado de los oprimidos, no de los opresores, ya que en realidad son ellos quienes luchan contra el cambio climático y sus injusticias.
Más allá de las desavenencias internas del movimiento social por el cambio climático, una reivindicación se ha escuchado más fuerte que nunca a lo largo y ancho del planeta durante el año pasado: “¿Qué queremos? ¡Justicia climática! ¿Y cuándo la queremos? ¡Ahora!”. Y, si esta sigue siendo la lucha de muchos jóvenes en todo el mundo, podemos conservar la esperanza de que no solo resolveremos el problema geográfico del aumento de las temperaturas, sino que eliminaremos los sistemas interconectados de opresión y, finalmente, alcanzaremos la verdadera ¡justicia climática!