
DESAFÍOS DE LA RUTA CANARIA
Año 2021. Canarias se ha convertido en un nuevo escenario de la política de contención migratoria en islas. Este modelo, ya empleado por la vecina Grecia, plantea institucionalizar en el Nuevo Pacto Europeo sobre Migración y Asilo una visión de la inmigración tan desfasada como injusta. A través del modelo de jaula que la Unión Europea trata de imponer, la sistemática vulneración de nuestra propia legalidad es ya el modus operandi de estos espacios de contingencia. Desde detenciones y privación de libertad sin amparo jurídico, hasta consecuencias tales como la falta de identificación y atención a colectivos en situación de extrema vulnerabilidad que merecen especial protección y cuidado (menores de edad que viajan solas y solos, potenciales víctimas de trata o posibles o solicitantes de protección internacional) forman parte de la realidad canaria.
El año pasado en Europa se consolidó la tendencia a la baja en la presión migratoria debido al impacto de la COVID-19 en la movilidad, llevando la cantidad de personas detectadas en las fronteras exteriores de la UE a cifras de 2013. Entonces, ¿qué ha pasado en Canarias?
La ruta canaria ha vuelto a cobrar importancia en la escena internacional a raíz de una serie de causas que afectan a todos los Estados miembros. La desviación de las rutas migratorias por la presión policial y el control de fronteras, la COVID-19, las crisis humanitarias persistentes en África Occidental o las tensas relaciones con Marruecos, ha hecho de esta ruta la opción más alcanzable para lograr una nueva vida en Europa.
Sin embargo, dejando a un lado la temeridad que supone cruzar uno de los océanos más peligrosos del mundo en condiciones infrahumanas, la llegada a Canarias no es lo que cabría esperar de un recibimiento europeo; no solo es terrible, también es ilegal. Las continuas irregularidades que podemos observar en el trato a las personas migrantes vulnerables por parte de FRONTEX y de las instituciones de acogida no deben pillar por sorpresa a nadie. El hecho de que la ruta canaria iba a volver a experimentar una alta actividad ya era sabido por la Unión Europea. Se redactaron informes, se calcularon estimaciones del número de migrantes que llegarían y, aun así, el déficit de recursos y plazas se mantuvo deliberadamente.
La falta de previsión y de espacios habilitados para la acogida, la limitación en los procesos de traslados a territorio continental y las complicaciones impuestas por la situación de la COVID-19, hicieron del muelle de Arguineguín la mejor representación del fracaso en la gestión de llegadas y de la política de contención en islas. Y, que no nos engañen, esta situación sí es evitable.
Más aún, la nula previsión ha empeorado todavía más la situación de las personas más vulnerables, entre los que se encuentra la infancia migrante. Si bien en Europa asistimos ojipláticos a la polémica situación de las niñas y los niños separados de sus madres y padres en la frontera de México con Estados Unidos, no nos estamos haciendo eco de la misma manera de las realidades que los niños que siguen la ruta Canaria están viviendo en nuestro territorio.
El número de menores que siguen esta ruta para llegar a Europa se ha duplicado desde 2006 (del 5% entonces al 10% en la actualidad). No obstante, este aumento de llegadas no tiene como reacción un mayor y más eficiente sistema de recepción y acogida y el problema volvemos a encontrarlo en esa falta de preparación persistente e irresponsable para recibir a los niños, las niñas y adolescentes que, afortunadamente, consiguen llegar a nuestras fronteras. Esta improvisación general a la hora de recibir a la nueva comunidad migrante en lugares como Canarias dificulta la identificación de las personas más vulnerables e incrementa su riesgo de exclusión, resultando particularmente preocupante el caso de las y los menores de edad.
A pesar de que es una situación que merece más foco por parte de la sociedad y las instituciones a través de una mirada más humana, no podemos olvidar el hecho de que son niños, niñas y adolescentes a quienes se les obliga a pasar por procesos que son muy traumáticos (también para las personas adultas). Tenemos datos e información suficiente para poder atender a los problemas específicos de la infancia migrante, como las consecuencias físicas y psicológicas del trayecto migratorio. A la vez que sentimos nuestra responsabilidad como personas que observan anonadadas las circunstancias a las que se somete a la infancia en centros de detención temporal en Estados Unidos, ignoramos lo que ocurre a escasos kilómetros de nuestros hogares.
Consecuentemente, una vez que conocemos los datos que nos muestran una tendencia al alza en las llegadas por la ruta canaria y los efectos devastadores en las vidas de miles de personas, solo nos queda formar parte del cambio y provocar una transformación significativa del sistema en lo que respecta a la situación de las personas que viajan hacia nuestro territorio o que ya se encuentran en él, para cesar en la imposición de condiciones vitales brutales. No ofrecemos ninguna solución real desde nuestras instituciones para la protección de los derechos humanos, la garantía de la legalidad nacional e internacional y el cuestionamiento de la ética de todas y cada una de las personas que observamos una serie sin fin de acciones inhumanas sin actuar al respecto. Canarias no es más que la representación más cercana de la injusticia y los abusos que sufren a diario personas en busca de una vida mejor, especialmente las más vulnerables, tal y como hemos analizado con el caso de la infancia migrante. Instituciones y actores regionales e internacionales deben aunar esfuerzos para determinar una vía de acción legal, equitativa y dinámica. El estancamiento de Arguineguín unido al incremento del flujo migratorio en la ruta canaria parecen haber perdido protagonismo aunque las personas no dejen de llegar. Necesitamos saber. Necesitamos respuestas. Todas. Porque la migración es una cuestión colectiva, social y humana. La lucha a través de propuestas y reivindicaciones para que la situación cambie, no contempla la exclusión. Al fin y al cabo, esa es la única ruta.
Foto de Mark Arron Smith en Pexels