
2021, LA ESTUPIDEZ MATÓ AL DATO
Dejamos atrás un año que ha supuesto la consolidación de dos pandemias: el coronavirus y la desconfianza.
Mientras avanzan los contagios de antiguas y nuevas variantes de la enfermedad, seguimos empeñándonos en luchar contra el virus desde el privilegio, tanto en nuestro paisito -donde una sanidad pública ya muy deteriorada resulta insuficiente para garantizar una atención digna y de calidad-, como en el mundo -donde insistimos en proteger casi exclusivamente a quienes habitan las naciones más ricas, olvidando la importancia de la vacunación de todas las personas con independencia del territorio en que vivamos-. Se trata de un planteamiento que actúa objetivamente en contra del homo sapiens; ojalá esta evidencia contribuya a que tomemos conciencia de especie de una vez por todas. Este será el primer paso hacia una reducción real de las desigualdades, hacia una comprensión compleja de la riqueza que no solo contemple la vertiente económica, sino, y sobre todo, la social.
La pandemia del COVID-19 nos ha ayudado a no saber: no saber qué pasa, qué nos hacen, cómo lo hacen, por qué lo hacen o quiénes están detrás de lo que se hace. También ha servido para darnos (aún más) cuenta de que este no saber no es exclusivo de lo que sucede en torno al coronavirus, pues afecta a todos los ámbitos de la vida en sociedad y, de forma determinante, a su gestión –tanto desde los ámbitos de poder formal como real-. Enmascarar los datos, filtrarlos interesadamente y, en último término, inventar y extender mentiras intentando colarlas como si fuesen información, ha derivado en que el recelo se instale en todos los seres humanos, gravemente enfermos del síndrome “hemos sido engañados”.
La aceptación social de la opacidad, de la intencionalidad sesgada y de la ausencia de veracidad en las comunicaciones ya ha derivado en un sentir general agustiniano mal enfocado, que no se dirige a la búsqueda de la verdad, sino que simplemente se resigna a la imposición de la ignorancia. A la vez, esta asunción colectiva sirve de base legitimadora para la expresión de voces necias, que cuestionan lo empírico sin fundamento, o de otras malignas, que tratan de inocular miedo y crispación en nuestras comunidades. Estas últimas son las más peligrosas, porque proceden de los poderes consolidados, que trasladan a la sociedad su miedo a ser derrocados disfrazándolo de caos universal para poder mantener su opresión. La pena es que sus lógicas, propias de párvulos de teoría de masas, están calando gracias a un patrocinio muy bien orquestado de fortunas rancias y egoístas que son fruto del abuso y el expolio.
En definitiva, la gestión de lo común, tanto en lo que se hace como en lo que se cuenta, está en entredicho y la desconfianza se ha apoderado de todos los actores del teatro mundial.
El coronavirus también ha visibilizado que tratar situaciones sostenidas en el tiempo como si fuesen emergencias es una dinámica que, desgraciadamente, caracteriza a nuestras administraciones a cualquier nivel territorial. Lo sabemos bien quienes nos dedicamos a trabajar en el ámbito de las migraciones, donde año tras año tenemos que escuchar se sorprendan porque llegue el invierno (y no se hayan habilitado los recursos pertinentes), o donde una situación sostenida más de quince años en el tiempo, como la llegada de personas procedentes de conflictos bélicos y situaciones de pobreza extrema, continúe denominándose “crisis migratoria”.
La inacción de las instituciones o su incumplimiento deliberado de la legislación internacional provocan la cronificación de problemas gravísimos absolutamente evitables. A esto debe añadirse la responsabilidad de la industria mediática, que ha generado un consumo tan compulsivo de contenidos, que ha conseguido que cualquier tema deje de causar interés en cuanto ha sido mínimamente expuesto al público. Existen múltiples ejemplos de esta siniestra combinación político-mediática que, a pesar de ser asuntos de rabiosa actualidad que deberían ser urgentemente gestionados, apenas se tratan como debería en ninguno de los ámbitos.
Lo son las vidas perdidas en las rutas migratorias, en el Mediterráneo, en el Atlántico, en Libia, en el Sahara, en México, en cada punto del camino que es un infierno provocado y consentido.
Lo es la negación de la habilitación de rutas legales y seguras, que supondría la verdadera neutralización de las mafias, esa que no se lleva a cabo porque existen demasiados intereses. El bombo que se ha dado a la evacuación de personas desde Afganistán tras la retirada estadounidense y la vuelta al poder de los talibanes, evidencia lo extraordinaria que supone esta medida en las mentes de nuestros dirigentes. También es una muestra de hipocresía radical alardear de acoger a una parte ínfima de las personas que se podría si existiese una voluntad real, especialmente tras haber estado deportando a personas a este territorio apenas unos meses antes de las fotografías de distintos representantes dándoles la bienvenida en el aeropuerto. Vergonzoso.
Lo son las condiciones indignas a las que se somete a las personas en movimiento cuando alcanzan países considerados seguros como Turquía o Hungría, pero también cuando llegan a España, donde seguimos vulnerando sistemáticamente los derechos de las personas migrantes. Este 2021 hemos perdido la oportunidad de acabar de una vez con las devoluciones en caliente, que seguimos practicando. Canarias, Ceuta y Melilla consolidan el hacinamiento y las condiciones insalubres como señas de identidad de nuestra acogida, a lo que hay que añadir que la hostilidad se está haciendo fuerte entre algunos sectores de la población.
La infancia migrante y las personas extuteladas por el Estado han visto algo de luz en una tímida reforma del Reglamento de Extranjería y en la admisión de la escolarización que venían reclamando, pero son cuestiones tan básicas que traen a nuestra memoria las palabras del recientemente fallecido Desmond Tutu “No estoy interesado en recoger las migajas de compasión que caen de la mesa de alguien que se considera mi amo. Quiero el menú completo de los derechos”. Los CIE siguen escondiendo barbaridades punibles que el sistema se niega a investigar tras sus muros, como ilustramos en Regularizar lo inhumano, el primer informe que analiza estas cárceles racistas desde el género y la salud; y pronto el nuevo CIE en construcción de Algeciras constituirá un nuevo espacio de vulneración de derechos con el beneplácito institucional.
Existen excepciones a este silencio, como ha sido el infame suceso en la frontera entre Bielorrusia y Polonia, al que la UE ha denominado “guerra híbrida”, acusando a Bielorrusia de instrumentalización de las personas migrantes al considerarlas una suerte de armas arrojadizas. Una terminología que solo pretende maquillar la actuación europea, pues la práctica, aunque más efectista, es análoga a la que realiza la unión del viejo continente desde hace años en cualquiera de los territorios a los que está externalizando administrativamente sus fronteras con fines antimigratorios. Este hecho sí ha tenido repercusión institucional y mediática en 2021 en forma de sanciones mercantiles y de pretexto noticiable para tratar de justificar la falsa necesidad de un ejército europeo y otorgar un mayor presupuesto y radio de acción al criminal y opaco Frontex. Escuece a la UE que las potencias occidentales le hayan dejado fuera de Aukus, esa no la vieron venir y les duele, con lo que gustan de participar en la jugosa industria armamentística…. Sin olvidar el esfuerzo que se está haciendo a través de los crecientes discursos de odio para que la población esté agitada y lista para el recorte de libertades en pos de una seguridad falaz. Lamentablemente, parece que la floreciente industria del control migratorio tendrá su crecimiento asegurado, al menos en el futuro próximo.
Practicando la autocrítica, hemos de decir que a estas situaciones también colabora la pasividad de la sociedad civil, que muchas veces no reacciona con la contundencia necesaria, ya sea porque pierde fuerza al diluir su responsabilidad en el colectivo o al enfrascarse en debates acerca de matices que se alejan de la causa común.
Por eso es más importante que nunca devolvernos la confianza como sociedad mundial para fortalecer y reactivar la acción ciudadana. Apostar individual y colectivamente por la transparencia, por la honestidad, por la búsqueda de caminos comunes que reviertan en vidas sanas, dignas y ricas para todos los seres que habitamos el mundo y trabajar activamente para encontrarlos, probarlos, recorrerlos, compartirlos. La era de la información nos brinda oportunidades de conocimiento y evolución a las que no habíamos podido acceder nunca antes en la historia de la humanidad. Actualmente podemos saber casi en tiempo real lo que está sucediendo en casi cualquier lugar del planeta y, lo que es más interesante aún, podemos actuar en consecuencia. Unirnos en el saber, unirnos en el hacer, unirnos.
¡Arranquemos 2022 activando este superpoder colectivo y saquemos esta poderosa arma de construcción masiva que ya es nuestra!