
2019, OTRO AÑO EN MOVIMIENTO
Acabamos de estrenar el esperado 2020, el año en que nos corregimos los deberes mundiales, los Objetivos de Desarrollo Sostenible. ¿Habremos llegado a tiempo? La comunidad internacional, previendo que íbamos a necesitar cinco minutitos más para acabar, ya se ha cubierto las espaldas y ha planteado, además de la Agenda 2030, el Horizonte 2050, una suerte de repescas para conseguir alcanzar los ODS y que parezca que los gobiernos adaptan sus políticas al contexto global, en lugar de que se pasan el compromiso de cumplir sus propias metas, que son las de todas las personas, por el arco del triunfo.
Recordaremos 2019 por haber sido el año en el que el cambio climático se convirtió en la prioridad del activismo planetario. La ciudadanía global que promovemos desde Mundo en Movimiento se materializa y se visibiliza en uniones como esta. Ciudadanía global; este concepto que parece tan complejo y que, en definitiva, trata de que todas las personas nos queramos bien y cuidemos las unas de las otras, las otras de las unas y, todas juntas, de nuestra madre Tierra.
Las luchas a favor del cuidado y de la preservación del medio ambiente, impulsadas durante décadas por activistas alrededor de todo el mundo -en especial por las comunidades indígenas, cuyas culturas están sabiamente más vinculadas al respeto por la Naturaleza-, adquieren momentum con el movimiento impulsado por Fridays For Future con Greta Thunberg a la cabeza y secundado ampliamente por la sociedad civil mundial. La sinergia entre las defensoras de la Tierra de ayer y de hoy ha conseguido concienciar y movilizar a millones de personas a favor de una actitud responsable y feminista con nuestro hogar común. Una vez más, las personas nos constituimos como el motor de la transformación global y exigimos la rendición de cuentas de nuestros gobernantes políticos y económicos.
Quizás señalemos 2019 como el año en el que la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático vació de contenido su propio lema “Tiempo de actuar”, al finalizar, una vez más, sin alcanzar compromisos tangibles. La CMNUCC agrupó tres plenarios diferentes y simultáneos: La COP 25 (que aúna a todos los países dentro del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente), la CMP 15 (a la que pertenecen los firmantes del protocolo de Kyoto) y la CMA2 (que reúne a los países que han firmado, ratificado y están dentro del Acuerdo de París). La ausencia de los principales emisores de carbono en estos foros y el hecho de que los acuerdos adoptados sean más vagos que vinculantes despoja de eficacia práctica lo que podría ser un motor de cambio sustancial. Hasta la Comisión Europea, adalid del postureo institucional en nuestra región del mundo, ha convertido el cambio climático en la prioridad oficial de su agenda; estaremos atentas a esta nueva oportunidad para maquillar intereses económicos con tonos renovables y aires ecológicos.
En definitiva, desde las instituciones seguimos obteniendo los mismos posicionamientos: buenas intenciones y palabras grandilocuentes que se materializan en nefastas políticas y compromisos insuficientes. Eso sí, la situación ha cambiado; ahora las personas estamos unidas y atentas y, como dijo Greta, “we will be watching you”.
Hace ya tiempo que el cambio climático está causando el desplazamiento de una gran cantidad de personas, que se ven obligadas a abandonar sus territorios porque han dejado de ser habitables. El número de refugiados climáticos va en aumento; tanto es así, que ni siquiera ACNUR reconoce el término “refugiado climático” como tal y prefiere referirse a “personas desplazadas en el contexto de desastres y cambio climático”, con la excusa de que así incluye también a las personas desplazadas dentro de un mismo país. ¿Acaso teme un colapso del servicio por exceso de beneficiarios?
Desde Mundo en Movimiento consideramos este un argumento un tanto absurdo, sobre todo si tenemos en cuenta que todas las causas de refugio que sí están reconocidas por el derecho internacional también producen desplazamientos internos dentro de los países y no dejan de ser consideradas causas de refugio por ello.
La emergencia climática es el resultado de la explotación irresponsable de recursos, del expolio del Sur global, de la toma de posiciones en la carrera por el control del agua, de la emisión incontrolada de carbono, de la inconsciencia,… pero, por encima de todo, valga la redundancia, de una estúpida insolidaridad. La instrumentalización de la naturaleza y la persecución, criminalización y asesinato de las personas que se constituyen en sus guardianas, guerreras y valedoras, especialmente en América Latina – como en Colombia, Brasil o Perú – son motivos suficientes para, cuanto menos, reconsiderar seriamente la conceptualización del refugio.
En Mundo en Movimiento creemos que el refugio -y su articulación jurídica- responde a una etapa de la historia contemporánea ya superada y que se ha quedado obsoleto, por lo que consideramos urgente y necesaria su revisión. Valoramos muy positivamente la aparición de esta figura en su momento y entendemos la complejidad que entraña conseguir que exista un acuerdo internacional en torno a esta figura. Pero vemos que el mundo ha cambiado mucho desde los años cincuenta del siglo pasado, como también lo han hecho las circunstancias que acompañan a la migración, las formas de violencia y la capacidad de las naciones y de la comunidad internacional para garantizar los derechos de las personas.
Por eso nos parece que hace falta reconsiderar la protección de las personas en movimiento y sus derechos, para que estos se vean garantizados atendiendo a la persona desde una perspectiva interseccional. Es necesario un reenfoque integral de la migración que se adecúe al mundo en que ya vivimos y que camine hacia el mundo en el que queremos vivir. Que luego lo llamemos refugio, asilo, migración o protección subsidiaria internacional, es lo de menos, llamémoslo como acordemos; lo importante es que la protección de iure y de facto que se otorgue a las personas se ajuste a las necesidades y circunstancias de cada una. Por eso creemos que el concepto de “refugiados climáticos” -en tanto que encaja en la definición actual de refugio- podría ser una buena brecha para comenzar esa ampliación de garantías.
2019 fue el año en que tuvo lugar en Ginebra el I Foro Mundial sobre los Refugiados, que pretendía repartir responsabilidades concretas entre los estados miembros de Naciones Unidas para buscar soluciones desde la cooperación. A pesar de su importancia, no se trató el concepto de refugiados climáticos, pero no es de extrañar si consideramos que los objetivos principales del Pacto Global de las Migraciones de 2018 -de nuevo un acuerdo internacional sin carácter vinculante-. Las cuatro metas prioritarias de este pacto, que motivó el Foro, están concentrados en disminuir la carga que soportan los países de acogida, involucrar a otros países en la acogida, hacer que los refugiados sean más autosuficientes y tratar de mejorar las condiciones del país de origen para que puedan volver de forma segura (como si fuera fiable el criterio de lo que la comunidad internacional considera países seguros, entre los que se encuentran actualmente Afganistán, Irak, Nicaragua o Ucrania). Parece que los participantes están más centrados en formalizar el hacerse el menor cargo posible de las personas refugiadas, que en cuestionarse quiénes deberían ser así consideradas, o en explorar las mejores vías para una gestión que dignifique y respete todas las vidas en movimiento con independencia de su status jurídico.
La necesidad de garantizar la protección de quienes huyen de situaciones territoriales de violencia extrema se mantiene independientemente de la duración o extensión territorial del conflicto, generalmente condicionada por la satisfacción de intereses de las rapiñas participantes, como es el caso de la guerra de Siria.
Esta exigencia se vuelve especialmente imperiosa en aquellos conflictos que son invisibilizados intencionadamente, que además nos impiden tener conciencia del panorama bélico global. Si bien es cierto que estamos en la época histórica con menos guerras, también lo es que tenemos más acceso que nunca a saber qué está pasando, y, por tanto, es nuestra responsabilidad mantenernos informadas, por ejemplo, de lo que está ocurriendo desde hace demasiados años en Yemen, Sudán del Sur, Congo o Mali.
Tampoco debemos olvidar a los miles de personas que continúan esperando una vida activa en “campos de refugiados” de Oriente Medio, África, Asia, Oceanía y Europa en condiciones deplorables. Por su cercanía, destacamos Moria en Lesbos, Grecia, y el Sáhara Occidental -como paradigmas distintos del sufrimiento que provoca la falta de voluntad política y el fracaso institucional-, o la población palestina y kurda -diseminadas actualmente en diversos puntos geográficos a lo ancho y largo del mundo debido a años de persecución y a la masacre que están viviendo a manos de Israel y Turquía respectivamente-. Mirando a 2019 también recordamos a las personas en movimiento que encuentran el horror – o más horror si cabe- en el tránsito, a su paso por ejemplo por Libia o México.
Para diseñar políticas migratorias, nos hacen falta unas buenas dosis de hospitalidad y muchísimo más cariño; para empezar, nos conformamos con que se garantice una movilidad con derechos y con que, en la asignación de recursos, se actúe bajo criterios de humanidad y se prescinda de rendir pleitesía a intereses económicos.
Aquí en nuestro país, 2019 nos brindó nuevas oportunidades de mantener la esperanza en que “la justicia” hiciese Justicia y, con las mismas, nos las quitó. Una vez más, los poderes fácticos se conjuraron en contra de la equidad, el partidismo se apoderó de la interpretación de la ley desde las instituciones encargadas de administrar justicia y el tiempo, en forma de malintencionada dilatación de los procesos, hizo lo demás.
Fue así como vimos que una persona que, sorprendentemente, es jueza, sobreseía el caso del Tarajal, insultando la muerte de las 15 personas que perecieron en nuestras costas a manos de los 16 guardias civiles que les dispararon utilizando material antidisturbios el 6 de febrero de 2014 y que omitieron socorrerles mientras les veían morir. La acusación popular continúa adelante con la causa tras interponer recurso ante la Audiencia Provincial.
Del mismo modo, asistimos al fin del juicio por la muerte de Samba Martine sin culpables -o, más bien, sin intención siquiera de señalarlos o investigar para encontrarlos- a pesar de las evidencias probadas. No solo se trató de una muerte evitable que no ha habido voluntad jurídica ni política de esclarecer, sino que, además, se ha hecho un ejercicio impúdico de impunidad pues es claro que, cuanto menos, existe un responsable directo: el estado, que debe garantizar la protección efectiva de los derechos de las personas que están privadas de libertad en los Centro de Internamiento de Extranjeros. Este fue el caso de Samba Martine, que estuvo 38 días agonizando en el CIE de Aluche, hasta que se produjo su muerte, el 19 de diciembre de 2011, tras haber solicitado atención médica en al menos once ocasiones.
Lamentablemente, aunque las instituciones sigan sin hacer nada al respecto, en los CIE no se vela por la integridad física de las personas internas, sino que esta es menoscabada sistemáticamente. Esta es quizás la vulneración de derechos más evidente que podemos apreciar en estos centros por su tangibilidad, pero la deliberada situación de desamparo e inseguridad jurídica que viven las personas internas en prácticamente todos los ámbitos de su vida, se viene sucediendo desde la propia creación de los CIE y continúa ocurriendo mientras lees estas líneas.
Durante este 2019 hemos podido comprobar cómo se archivan casos de torturas sin investigarse, cómo se desoyen quejas masivas de internos, cómo se suceden los abusos de poder y cómo se ignoran las muertes y los intentos de suicidio, entre otras muchas atrocidades. Y, desgraciadamente, hemos podido corroborar la falta de interés institucional en que se produzca cualquier cambio al respecto. Sirva de ejemplo el caso omiso hecho a la petición de cese del director del CIE de Aluche realizada por decenas de organizaciones tras apreciarse judicialmente indicios de torturas, o la inmediata repercusión mediática – que no disciplinaria- del vídeo en el que varios agentes aparecen agrediendo a los internos del CIE de Barcelona.
Por eso este 2020 seguiremos acompañando a las personas internas en los CIE, visibilizando las gravísimas vulneraciones de derechos que suceden, insistimos, a diario, y exigiendo el cierre de estas cárceles racistas, xenófobas e inhumanas que no son más que otro agujero negro de las cloacas del sistema.
La depuración de responsabilidades no está de moda y parece que para la temporada que viene, tampoco se la espera. La constatación de que en este y otros países se practica, fomenta y excusa la injusticia -como forma de negar la justicia- nos apena profundamente, a la vez que nos sirve de motor para seguir impulsando, junto con muchas más personas y organizaciones, la transformación de este sistema en que vivimos hacia otro en el que las virtudes cardinales estén más presentes.
Afortunadamente somos cada vez más quienes creemos en la importancia de la rendición de cuentas y de la responsabilidad directa de los servidores públicos sobre sus decisiones. Por ejemplo, con muy buen criterio y el apoyo de gentes de bien, ahí tenemos a Juan Branco y los abogados que quieren sentar a la UE en el banquillo de la Corte Penal Internacional; pero no de una forma abstracta, sino que quieren sentar a las personas que han sido los responsables políticos, administrativos y ejecutores de las inhumanas políticas migratorias que está llevando a cabo la UE y que están produciendo diariamente muertes y sufrimiento de forma impune. Hasta ahora. El Mediterráneo y el Sáhara se han convertido en los cementerios de las personas asesinadas por la acción u omisión de quienes legislan en contra de la vida. Ya hace rato que es hora de juzgar a los mercenarios públicos.
Visibilizar lo que ocurre a raíz de estas necropolíticas y los intereses -y los interesados- que las motivan, tiene consecuencias muy peligrosas para quienes nos dedicamos a ello. Como buen acomplejado, el sistema se sabe feo y, por eso, no le gusta que nadie le afee, aunque para ello simplemente haya que mostrar la evidencia. Ha sido este 2019 cuando por fin se han archivado los cargos contra Helena Maleno Garzón en Marruecos, una causa penal que España se encargó de colocar en los juzgados de su vecino cuando no pudo hacer que prosperase en el territorio patrio; las cloacas actuaron de nuevo, pero, menos mal, no les salió bien.
La criminalización de las personas en movimiento y de quienes les apoyan está a la orden del día. Que se lo pregunten a Carola Rackete, y a tantas otras personas que se arriesgan individualmente por el sentido y el sentir común; a las tripulaciones del Open Arms, del Ocean Viking, del Aita Mari… . Qué otra cosa podemos hacer cuando insisten tanto para convencernos de la conveniencia de llevar a cabo políticas de muerte, ignorando que las personas estamos muy locas ¡locas por la vida!
Para combatir esta persecución en la UE, surgió la Iniciativa Ciudadana Europea “We are a welcoming Europe”, que finalizó en 2019. Si bien no consiguió prosperar, sí que contribuyó al fortalecimiento del tejido social europeo pro acogida, al mismo tiempo que consiguió sensibilizar a un sector de la población europea que hasta entonces era ajeno a esta circunstancia.
Como sociedad, nos unen la exigencia de una acogida digna y la responsabilidad de contribuir a que todas las personas tengamos garantizados nuestros derechos humanos, sociales, civiles y políticos. Existen iniciativas muy distintas que presionan al sistema a distintos niveles para que optimice su deficiente funcionamiento.
Algo que ha vuelto a quedar demostrado en 2019 es que la diversidad, la sororidad, el antirracismo, la inclusión, la libertad y el antifascismo están muy presentes en nuestras casas y en nuestras calles y que estamos dispuestos a defenderlos e impulsarlos siempre que tenemos ocasión. Y, cuando no la tenemos, la generamos.
La sociedad civil se ha activado para reclamar que Sin Citas No Hay Derechos, para fundirse en el Abrazo de los Pueblos, para vibrar en el Festival Antirracista, para visibilizar las devoluciones express, para reivindicar la riqueza de la diversidad en We Are More, para denunciar la venta de armas a Arabia Saudí, para recordar a personas cuyas muertes fueron fruto de la injusticia, para exigir el cierre de los CIE, para caminar junto a las Caravanas Migrantes, para abrir el primer Centro de Empoderamiento de Trabajadoras del Hogar y los Cuidados, para celebrar el aniversario de Stonewall con todo los colectivos LGTBIQ+, para protestar por las condiciones de explotación en los campos, para demandar un techo, o para promover una sociedad feminista el 8M, cada vez que se emitió un fallo fallido en nuestros juzgados, o uniéndonos con nuestras hermanas de todo el mundo para dejar claro que El violador eres tú.
En este sentido, nos gustaría destacar una cuestión en torno a la que la ciudadanía también ha cerrado filas: la infancia no se toca y punto. 2019 fue el año en que la justicia pasó tanto la manita a los discursos de odio de la ultraderecha, que quienes los apoyan, convenientemente arengados y sintiéndose legitimados, agreden a niños y niñas cuya tutela ejerce el estado. ¿Se puede caer más bajo que atentar contra niñas y niños que viven sin sus padres? No. Vivimos una realidad que bien pudiera ser una distopía planteada en una serie de ficción: una realidad en la que el presidente de USA les enjaula, el gobierno de España impide que vayan al colegio en Melilla y en Europa se les secuestra impunemente. Quizás si fuese parte del argumento de una serie, suscitase una reflexión mayor y hordas de fans abarrotarían las avenidas para sacarles de las jaulas, meterles en el colegio o devolverles la libertad. Y la infancia.
Es perverso cómo se está jugando con el miedo de la gente para justificar casi cualquier medida -o, mejor dicho, pasada-. Es triste cómo la gente se deja llevar sin cuestionarse hacia dónde le llevan. Es una estrategia zafia y maquiavélica ¿pero eficaz? Esperamos que no. Que sí, que tenemos miedo, pero a lo que queremos o a lo que nos da miedo, no a lo que tratan de imponernos. Y, de todas formas, como dijo la micropoetisa Ajo, no hay peligro suficiente para tanto miedo como tenemos.
Para 2020, os deseamos aventura, alegría, cuidados y sentidiño. La mejor manera de conseguirlo, como siempre, es crearlo en buena compañía. Así que, para 2020, os ofrecemos aventura, alegría, cuidados y sentidiño.
¡Por un 2020 en movimiento!